El pasado 12 de junio se cumplieron 40 años de la firma en Madrid el Tratado de Adhesión de España a las entonces Comunidades Europeas. Fue un acto cargado de simbolismo y de esperanza, celebrado en el Palacio Real, que marcaba nuestro regreso definitivo al corazón de Europa tras décadas de aislamiento. Realmente, aquella fecha cambió para siempre el rumbo político, económico y social de España.

Transformación económica

La integración en el proyecto europeo ha sido, sin duda, uno de los grandes aciertos estratégicos de la democracia española. Desde su entrada efectiva en 1986, España ha sido testigo –y protagonista– de una profunda transformación. Económicamente, la pertenencia a la Unión Europea ha supuesto el acceso a un mercado único de más de 400 millones de ciudadanos, la llegada de fondos estructurales y de cohesión que modernizaron infraestructuras clave, y un impulso sin precedentes a sectores como el turismo, la agricultura o la automoción. Las cifras hablan por sí solas: el PIB per cápita español se ha multiplicado, y nuestra economía es hoy la cuarta del euro.

Convergencia social

Socialmente, la adhesión ha traído consigo una convergencia progresiva con los estándares europeos en educación, sanidad, derechos laborales, igualdad de género y medio ambiente. La ciudadanía española ha interiorizado con naturalidad derechos que hace cuarenta años eran una aspiración: la libre circulación, el acceso a programas como Erasmus, o la participación activa en una comunidad que promueve la justicia social y la solidaridad entre regiones. Europa se ha convertido en un espacio cotidiano de pertenencia para millones de españoles, especialmente para las nuevas generaciones, que han crecido viajando, estudiando y trabajando sin fronteras.

Actor relevante

En el plano geopolítico, España ha logrado consolidarse como un actor europeo fiable y comprometido con los valores democráticos. La política exterior española ha encontrado en la UE un altavoz para defender intereses comunes, promover la cooperación euromediterránea, y tender puentes con América Latina. Además, nuestra pertenencia al proyecto europeo ha sido un factor de estabilidad interna y de proyección internacional, alineándonos con los grandes desafíos globales: desde el cambio climático hasta la defensa del Estado de derecho.

Estos 40 años no han estado exentos de desafíos. La crisis económica de 2008, la pandemia de la covid-19 o el actual contexto geopolítico marcado por la guerra en Ucrania han puesto a prueba la resiliencia del proyecto europeo. Pero también han reafirmado su valor. La respuesta conjunta a estos retos demuestra que la unión sigue siendo la mejor garantía de prosperidad y seguridad para España.

En este aniversario, más que mirar al pasado con nostalgia, debemos mirar al futuro con determinación. España debe seguir siendo un Estado central en la construcción europea, aportando su voz, su experiencia y su visión atlántica y mediterránea a los grandes debates del siglo XXI. Porque si algo ha demostrado nuestra historia reciente es que Europa no es solo un destino: es nuestro lugar natural.