Nadie mejor que él mismo sabe los motivos que han llevado al presidente del Consejo Europeo, el belga Charles Michel, a anunciar con las primeras horas del nuevo año su candidatura a encabezar la lista de los liberales de su país en las elecciones europeas del próximo mes de junio. Será por intereses puramente particulares para colocarse el primero de cara a la batalla de cargos que los comicios propiciarán; será para mover el tablero institucional y forzar a los líderes europeos a buscar su sustituto antes de que votemos o, sencillamente, porque el surrealismo tan proclive a la personalidad de los belgas, le ha inspirado, pero la realidad es que la decisión de Michel la ha liado en el panorama de Bruselas. Su mandato concluía en noviembre de este año, pero ahora la institución se quedará vacante cuando vayamos a las urnas en primavera y con la amenaza de que el “peligro amarillo” de la política europea, el primer ministro húngaro Viktor Orbán, pueda convertirse a la vez en presidente de turno de la UE y del Consejo Europeo.
Mecanismos institucionales para entender bien el efecto dominó que produce el anuncio de Michel, hay que analizar las opciones que a partir de ahora institucionalmente tiene la UE para cubrir su vacante. Es de suponer que Michel abandone el cargo cuando se disuelva el Parlamento Europeo a finales de abril o a lo sumo a mediados de mayo cuando se inicie la campaña electoral. En ese momento, los jefes de Gobierno de los 27 que son los encargados de nombrar nuevo presidente del Consejo tendrán que tener un sucesor o sucesora. De no ser así, asumiría el cargo hasta el final de la presidencia belga de turno, su primer ministro Alexander de Croo, del mismo partido que Michel, que también fue premier belga. Pero si antes del 1 de julio los líderes europeos no tienen sucesor, sería el primer ministro húngaro que asumirá la presidencia rotatoria quien, hasta noviembre, aglutinaría los dos cargos. Un extraordinario botín para un político populista, ultraderechista y ultranacionalista y, además, el gran aliado de Putin en la UE.
Los cargos de las tres instituciones europeas - Comisión, Parlamento y Consejo - tradicionalmente son un juego de equilibrios entre las distintas formaciones políticas que conforman las mayorías en la UE, así como de los principales Estados que la integran. En esta última legislatura, el pacto entre Populares, Socialistas y Liberales ha hecho posible que la gran mayoría de la legislación europea haya salido adelante, apoyando sin fisuras a la Comisión Von der Leyen. Por otro lado, Alemania y Francia siempre consensúan primero, los principales nombramientos y buscan apoyos en medianas potencias o pequeños Estados de la Unión. Con la decisión de Michel, la pieza del presidente del Consejo Europeo tendría que repartirse antes de saber el resultado de las elecciones europeas y, por tanto, los repartos de poder que de ella salgan, si es que quieren evitar el chollo de imagen que para Orbán tendría presidir el Consejo de carambola.
En busca del mirlo blanco
Por eso, los presidentes de gobierno europeos se ven ya en la tesitura de decidir si buscan el mirlo blanco, sea hombre o mujer que, antes de saber cómo quedan los partidos en el Parlamento Europeo, presidirá el Consejo. Hasta ahora el cargo lo han ocupado siempre hombres y de centro derecha o liberales. Nunca una mujer, ni un socialista. Von Rumpoy, Tusk y Michel, dos belgas y un polaco han ejercido tal responsabilidad desde que el Tratado de Lisboa incorporó esta institución al entramado de poder de la UE. Esa tradición que seguramente no se alterará, obliga a nombrar a un o una ex presidente de Gobierno de un Estado miembro, salvo una personalidad incuestionable por su trayectoria en dichas instituciones. En ese caso, solo existe un personaje admirado por todos dada su capacidad de flotar como un corcho en las procelosas aguas de la política europea: el mago Mario Draghi. Sin embargo, si no quieren complicarse, tienen candidatos como el propio De Croo, por aquello de poner otro belga en la mesa, o el holandés Rutte, que también suena para la OTAN o si prefieren darle este plato de consolación a la familia socialista, el ex primer ministro portugués, si finalmente sale indemne de la acusación de tráfico de influencias que le obligó a dimitir de su cargo, o hasta el propio Pedro Sánchez, si la legislatura en España se tornara imposible. En cualquier caso, el sudoku europeo lo ha lanzado un Charles Michel que lleva años sorprendiendo a propios y extraños con sus actos.