Las elecciones generales celebradas en Italia nos sitúan ante un escenario político de extrema gravedad en la tercera potencia de la Unión Europea. Con toda probabilidad Giorgia Meloni, la líder de los Hermanos de Italia, se convertirá en primera ministra del país que alumbró la República, el Senado del pueblo romano y el código del que aun hoy en día, más de dos mil años después, se fundamentan derechos y libertades civiles. Una política que desde la nada ha arrasado con cerca del 30% de los votos. Cuya inspiración Mussolini y que necesitará el apoyo de un encausado por corrupción y pederastia, como Silvio Berlusconi y de Mateo Salvini, ex ministro del Interior conocido por sus manifestaciones xenófobas, responsable de miles de muertes de migrantes en el Mediterráneo. Todo este compendio de defectos solo representaría un accidente más en la ya de por sí tormentosa y circense vida política italiana, de no ser porque este siniestro trio se ha declarado amigo de Putin y partidario, por tanto, de derogar las sanciones económicas de la UE al mandatario ruso.

Voto desesperado

El fenómeno político vivido en Italia, sin embargo, tiene poco de novedoso. El caldo de cultivo de la situación socioeconómica del país trasalpino lleva siendo propicio a soluciones populistas ante el desastre de una clase política que lleva muchas décadas de desprestigio. Elección tras elección, el votante ha optado por el líder redentor capaz de limpiar un sistema corrompido, con mano dura para enderezar la economía y poner orden en las calles. Así llegó el propio Berlusconi, empresario de éxito convertido en el patrón del país. Después, un gobierno bipolar entre la Liga Norte de Salvini, en la derecha extrema y el Movimiento 5 Estrellas, en la izquierda radical. Y, ahora, se han entregado a la postrera salvadora, Meloni, cuya verborrea populista bate todos los records. Por medio, diversos gobiernos tecnócratas impuestos, raptos de la democracia con la anuencia de Bruselas, de la mano de los rectores disciplinados al BCE, como Monti o Draghi. El resultado de todo este coctel explosivo, aderezado por unos medios de comunicación histriónicos y una población asolada primero por el covid y luego por una inflación galopante, ha sido una altísima abstención y el voto de la desesperación.

Las armas de Bruselas

Es indudable que el nuevo Gobierno italiano, si nace, será inestable por naturaleza, dadas las personalidades ególatras de sus tres protagonistas. Compiten en sus tuits por decir las mayores estupideces sin rubor alguno. Cuando un día uno siendo octogenario se declara el más guapo de Italia, la otra a escasas horas de ganar unas elecciones, anima a votarla colocándose dos melones delante de sus pechos en una foto sonriente. A las dificultades propias de su condición, se va a unir que las instituciones europeas no se lo van a poner fácil. La propia Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión se atrevió pocos días antes de la votación a advertir que el nuevo Ejecutivo emanado de las urnas no podrá incumplir el Tratado de la UE o como les ha pasado a Polonia y Hungría se arriesga a perder sus cuantiosas ayudas en forma de fondos Next Generation. Nada menos que 209.000 millones de euros se juega Italia si vulnera la legislación de la UE.

El ganador, lejos de Roma

Sin embargo, tampoco creamos que no ha pasado nada en el escenario europeo tras estas elecciones. De momento, Orbán ya no está solo en su particular batalla eurófoba. Si el gobierno polaco había moderado sus posiciones ante las presiones de Bruselas, ahora puede volver a las andadas casi dictatoriales. Y dos nuevos gobiernos de los 27, muy previsiblemente los de Suecia e Italia, van a estar condicionados o dirigidos por ultras antieuropeístas. Por tanto, en el seno del Consejo Europeo, los equilibrios de las familias políticas se van a ver reajustados hacia la derecha extrema. Pero la cuestión clave es que, todos estos partidos y líderes populistas prometen acabar con la crisis y lejos de responsabilizar a Putin como invasor y protagonista principal de una guerra, culpan a la UE de todos los males que sufren sus pueblos. Entender que estamos inmersos en una guerra y que los conflictos, por desgracia, acarrean dolor y sacrificio, es algo que la derecha moderada y la izquierda centrada no ha sido capaz de comunicar a los ciudadanos. De ahí, que el principal beneficiario de estos movimientos sísmicos en Europa no sea otro que el líder ruso que ha ganado desde el Kremlin.