SÍ es esto. Anoche reapareció el Athletic, o sea compareció después de unas cuantas jornadas el equipo que compite, que no se achica y es capaz de mantener abierto el partido hasta el último suspiro. Sucedió en el Santiago Bernabéu, nada más y nada menos, donde para no contrariar a la tradición o al destino terminó derrotado. Pero salvo ese detalle, que desde luego no es menor, se asistió a una actuación más que convincente de los rojiblancos, legítimos aspirantes a un desenlace distinto. Y claro, viendo cómo el Madrid estuvo prácticamente sometido a su empuje a lo largo de la segunda mitad y también en alguna fase previa, resultó inevitable el repaso mental de las jornadas recientes: Cádiz, Levante, Granada.

Son esta clase de contrastes tan acusados lo que provoca desconcierto en la afición. Esa facilidad para transformarse, ya sea para mal o para bien, sin que medien razones, así porque sí, de un día para otro. El único denominador común en esta alternancia de versiones opuestas es la presencia de un adversario asequible cuando la brújula se extravía y de uno de entidad en los días de lucimiento. En este sentido por tanto habrá que reconocer que el Athletic, interpretó el papel que le correspondía dado que cursaba visita al campo del líder.

Vamos, que le tocaba hacer un buen trabajo y a ello se aplicó con fe, constancia y valentía. Si se exceptúa el cuarto de hora del comienzo, un rondo interminable a cargo de los chicos de Ancelotti que hizo temer lo peor, el Athletic tuteó al Madrid. El dato de las llegadas y remates despeja cualquier duda. En esta cita suele ser habitual que la portería propia sufra un acoso permanente, lo cual en general deriva en una victoria holgada del anfitrión, tal como refrenda la hemeroteca. Pero no fueron por ahí los tiros.

Anoche el héroe llevaba el nombre de Courtois, quien aparte de exhibir sus poderes debe agradecer a su defensa que le resolviese tres o cuatro situaciones muy comprometidas.

La estadística oficial contabilizó casi una veintena de intentos en el área merengue. Una barbaridad se mire como se mire, aunque la primera reflexión debería detenerse en lo de siempre, en la ausencia de veneno o instinto en los metros decisivos que invariablemente viene lastrando las opciones del equipo desde hace mucho, con y sin Marcelino. Una segunda, ligada a la anterior, estaría enfocada a lamentarse de que semejante producción ofensiva fuese baldía, que no sirviese al menos para equilibrar el afortunado tanto firmado por Benzema cerca del intermedio. Y una última sería para retomar la idea que abre el artículo, la referida a la alucinante irregularidad de que hace gala este Athletic, que sin previo aviso y como si fuese lo más normal del mundo se permite el lujo de zarandear al conjunto más destacado del campeonato en su feudo e inocularle el miedo en el cuerpo a lo largo de una hora y cuarto de partido.

Después del fulgurante arranque del Madrid no cabía prever que el choque girase tanto, pero sucedió que su inspiración fue pasajera y que en cuanto se vio abocado a correr hacia atrás salieron a relucir sus carencias. No solo la física, faceta en la que el Athletic le pasó por encima, sino la ausencia sin la posesión de actitud y de un plan de fundamento para protegerse más allá de la cesión de metros. Esto lo ejecutó de manera muy deficiente el Madrid, concediendo una salida fluida al Athletic desde su campo, así como transiciones sencillas, permitiendo que se filtrasen pases que rompían unas líneas demasiado separadas.

Para el Athletic resultó inusualmente sencillo plantarse en zona de remate y tampoco sufrió por el afamado contragolpe del Madrid. Evitó sorpresas desagradables gracias a los buenos conceptos que maneja en la contención: repliegue veloz y ayudas múltiples. A resaltar la aportación de Zarraga, cuyo concurso se dejó sentir en el crecimiento del juego. Se vio la ventaja que supone agregar un tercer centrocampista a la pareja de turno, lo mismo para protegerse que para potenciar el despliegue. El chico no es un delantero, si bien le sale de dentro avanzar, acompañar la acción y plantarse en posición de disparo, agregando así un factor sorpresa a la ofensiva.

En el otro plato de la balanza, de nuevo se ha de poner a Iñaki Williams, que acabó desquiciado por su impericia, envuelto en trifulcas estériles con sus marcadores y el amigo Casemiro. Y si se ha de señalar una jugada individual es de justicia escoger una de Sancet, quien recibió un saque de banda y con un par de fintas penetró hasta la cocina donde se topó con la envergadura de Courtois. En fin, una pena lo de anoche.