L final de curso va a resultar más ameno de lo esperado, además de muy instructivo. No es poco cuando este tramo del calendario se antojaba una penitencia cruel después de soportar estoicamente, cada uno en su casita, el disgusto copero. El deseo más extendido entre la afición era en realidad una rogativa: que la última jornada llegase cuanto antes. Será pronto, pero de repente la actualidad del AthleticEl giro se apoya en diferentes factores que remiten a los jugadores y ha posibilitado que los minutos de relleno, de la basura en el argot del baloncesto, nos regalen novedades, alicientes y hasta resultados positivos. También un valioso material para la reflexión y esto sería lo principal.

¿En qué se diferencia lo que ahora ofrece el equipo de lo que ofrecía en las semanas previas a las finales? Se podría resumir en una palabra: competitividad. Es justo lo que Marcelino estableció como pauta nada más levantar el trofeo de la Supercopa. Con atinado criterio expuso que la preparación ideal para pelear por el título de Copa consistía en disputar cada compromiso con el objetivo de ganar y perseverar hasta la fecha del derbi de La Cartuja. Por la inercia de la Supercopa o por lo que fuera, pero pareció que el receptor del mensaje lo captó a la perfección. Se fueron superando rondas coperas y Getafe y Cádiz padecieron la pujanza de los rojiblancos.

Las buenas intenciones duraron un mes. Más que de intenciones habría que hablar de gestión, pero a lo que íbamos, empezó entonces (mediados de febrero) un paulatino declive, acentuado por la exigencia del triple duelo, con semifinal incluida, con el Levante. Empates y más empates reflejaron la pérdida de forma, el cansancio en las piernas y la saturación mental de los titulares. Al Granada se le ganó con los suplentes copando el once. En el Wanda sobró la segunda mitad y luego vinieron los empates con Celta, Eibar y la final con la Real. A continuación, la broma de repetir alineación en Anoeta (otro empate), nuevo turno para los asiduos al banquillo en Mendizorroza (otro empate) y el descalabro con el Barcelona.

Consumado el gran fiasco, Marcelino se apeó del burro, en parte porque sus favoritos estaban derrengados o lesionados. La cosa es que se abrió un turno para los chavales que aún está vigente: desilusionante empate contra diez en el Villamarín, correctivo al líder, enésimo empate con el apurado Valladolid y el asalto del Sánchez Pizjuán. El balance de este tramo sin derrotas aporta dos victorias sonadas, de prestigio, y ha permitido descubrir un horizonte al que se había renunciado a mirar en la pasada campaña y en la presente.

Ha vuelto el Athletic a transmitir energía, actitud, valentía, señas de identidad extraviadas en el empeño por insistir con los mismos futbolistas. Le ocurrió a Garitano Con trece o catorce jugadores es imposible llegar lejos y si encima, bastantes de ellos no se han distinguido nunca por su fiabilidad, regularidad o constancia, pues con mayor motivo el equipo está abocado a experiencias tan frustrantes como la recién vivida o las registradas en las jornadas que cerraron las dos temporadas anteriores.

Es la lección a extraer por Marcelino de su aún breve y a la vez intensa etapa en el club. En su descargo, la inoportunidad de su fichaje, por tardío y porque le abocó a afrontar un calendario muy denso; si bien cabe achacarle que no detectara a tiempo los síntomas que emitían los jugadores según tragaban partidos. El menú tóxico que elaboró para digerir el empacho de la primera final cuatro días más tarde frente al mismo rival, es sin duda su peor decisión en este proceso, aunque la ofuscación que le impulsó a poner a Muniain en la segunda final figura en su expediente como otro borrón de similar gravedad.

Así que, aunque tarde y mediatizado por un cúmulo de circunstancias desfavorables, Marcelino se ha embarcado en una tarea que estaba pendiente y de la que se van a beneficiar él y sobre todo el Athletic.