ALDITA la gracia de los comentarios alusivos al antiguo sistema de puntuación que regía en la liga para valorar los positivos detectados en la plantilla del Athletic. Sí claro, la media docena de casos reconocidos, sitúan al equipo en cabeza, muy destacado además, en la clasificación de Primera División. Hay reacciones cuyo contenido merece otra consideración por su profundidad. “Demuestran una falta de ética acojonante”, valoró una sanitaria, incrédula al enterarse en la calle de la noticia, “con todo lo que hemos pasado, sobre todo nosotras, que durante semanas no teníamos ni lo mínimo para protegernos”. “Y encima seguirán cobrando”, se desahogaba esta trabajadora desde la legitimidad más absoluta para enjuiciar sin medias tintas.

El resultado del primer test a la vuelta de las vacaciones confirma el peor de los vaticinios, casi todos del mismo signo, que siguieron a la ilimitada circulación de aquellas fotos llenas de sonrisas, abrazos y besos con sabor isleño. La promoción de las imágenes por parte de los propios futbolistas ya fue una iniciativa censurable, por su inoportunidad. En las actuales circunstancias denotaba una asombrosa ausencia de tacto, pero también de inteligencia, por tratarse de forma de exposición gratuita que provocó la consiguiente oleada de críticas en el entorno del club. Críticas ciertamente agrias algunas, que ahora obtienen plena justificación.

Aunque la segunda tanda de los test seguramente minimizará el impacto del virus en el Athletic, esta primera de momento lleva aparejados una serie de perjuicios. Al margen de que retrata el déficit de responsabilidad profesional y social de los implicados, salpicando de paso a la institución que representan, altera la previsión de trabajo efectuada por el cuerpo técnico, al retrasar el inicio de los entrenamientos colectivos. He aquí dos motivos para barajar medidas disciplinarias que al menos no se vislumbran tras la lectura del comunicado oficial emitido por el Athletic, pero vaya usted a saber.

Por otra parte, la asepsia de la nota de la directiva, una simple exposición de lo constatado en los exámenes realizados en Lezama, contrasta con el impulso de los protagonistas, que no tardaron en salir a la palestra para filtrar sus identidades. Queda así flotando la sensación de que cada cual va por su cuenta, que la institución y los futbolistas transitan por veredas diferentes.

Con todo, lo más grave, lo que a uno le causa perplejidad, es el talante que destilan las líneas redactadas por los jugadores. Coinciden todos en afirmar que su estado físico es bueno, se supone que para quitar hierro al asunto y que estemos tranquilos, y subrayan que están deseosos de incorporarse a la pretemporada. Así expuesto, sin un ápice de autocrítica, sin una palabra de arrepentimiento, parece que su indisponibilidad obedece a que gozan de un permiso especial para aplazar su vuelta al tajo, cuando en realidad están confinados en sus casas por su condición de potenciales transmisores del coronavirus. La única salvedad es el “lamento comunicaros” que abre uno de los cinco mensajes leídos. Qué triste.