aNDA uno de asombro en asombro desde la reinvestidura a empellones de Pedro Sánchez. Y no tanto por las medidas que va disparando a bocajarro, como por las reacciones tibias tirando a gélidas de quienes lo han aupado hasta donde vuelve a estar. Me deja estupefacto que las formaciones que presumen de la mayor pureza democrática y de un espíritu crítico sin concesiones vayan silbando a la vía ante decisiones que no tienen ni medio pase y que, si hubieran sido paridas por un gabinete azul, habrían hecho arder Troya.

Lo tremendo es que no hablamos de pequeñas ocurrencias de nuevo César, sino de cuestiones que chocan con los principios más básicos. De entre todas, la más escandalosa es -por lo menos, de momento, que el tipo parece lanzado y dispuesto a superarse- la propuesta de Dolores Delgado como fiscal general del Estado. Dejando de lado el diegodiego perruno del vicepresidente Iglesias comiéndose las invectivas que él mismo lanzó, se le abren a uno las carnes ante la pachorra, por señalar lo cercano, del Gobierno vasco, que dice que no hay que prejuzgar y que, bueno, otros han hecho cosas peores.

Y, salvo que me haya perdido algo, tampoco he escuchado que desde Sabin Etxea se afee la cacicada. Para nota, aunque a estas alturas carezca del menor tenor sorpresivo, la condescendencia de EH Bildu respecto a quien tiene tan prolija y sucia bibliografía presentada como visitadora habitual de las más pútridas cloacas. Siglas aparte, qué decir de quienes montan una guerra por la utilización de esta o aquella palabra en masculino y callan ante la farfulladora contumaz de machiruladas abyectas. No entiendo nada. O sí.