IEMPOS de mutuos recelos. De abiertas desconfianzas. Las de siempre -PP y PSOE por cualquier cosa, o Vox y Marlaska, en su enésimo capítulo-; las nuevas -Almeida y Ayuso por el poder orgánico, o ERC y ANC en torno a la próxima Diada-; y las más preocupantes -Gobierno y Govern, o Aragonés y Sánchez en las puertas de la mesa de diálogo con la frustración de El Prat de por medio-. Ruido por encima del debate. Demasiada semilla para la inestabilidad. Ahora mismo, desde Catalunya no llegan buenas vibraciones porque hay más suspicacias que esperanzas. Y en este Madrid de agitación permanente solo faltaba una cobarde denuncia falsa de homofobia para que políticos, medios y tuiteros quedaran retratados por sus apresurados ajustes de cuentas. Sin certidumbre a corto y medio plazo en el cada vez más demagógico debate de la tarifa eléctrica y con una derecha que cree acariciar el poder desde dos años antes, el arranque del nuevo tiempo parlamentario asoma estremecedor aunque se disponga de un índice de vacunación satisfactorio y los fondos europeos sean tangibles.

A corto, la espuria mentira gay de Malasaña incendia el escenario político-mediático porque salpica a todos los intérpretes que juegan inmisericordes a protagonistas. Es cierto que acecha otra borrasca sobre el titular de Interior, habilidoso como nadie para enfangarse en cualquier charco y que le sitúa de nuevo en la diana de una disputa ideológica, pero se siente muy fortalecido tras superar el corte de la drástica remodelación ministerial. A largo, el carpetazo más que temporal a la ampliación del aeropuerto barcelonés siembra la discordia en varias direcciones y alienta las malévolas interpretaciones, casualmente a apenas dos días del acto de fe independentista. Mientras esta histérica bronca recurrente entre la ultraderecha y Marlaska tiene fecha de caducidad una vez supere la previsible catarata de preguntas parlamentarias, exigencias de dimisión desatendidas y ausencias del necesario debate sobre libertad sexual, en Catalunya han vuelto los malos augurios para quedarse.

Afirmar con rotundidad que el republicanismo catalán jamás se ha fiado de Sánchez, aunque tampoco de España, simplemente responde a la verdad. La suspicacia ha vuelto a emerger. Estaba solapada por una simplista tregua convenida entre Moncloa y Generalitat para amortiguar el tormentoso repudio de Junts contra el estreno de ERC en el poder. Ahora resurge echando sal a la herida. La apuesta de futuro de El Prat, que nació con el pecado original de su génesis sombría, sin acuerdo entre socios y una sonora alerta medioambiental, ha acabado por gripar de un plumazo las expectativas del diálogo del puente aéreo que comenzará la próxima semana, la Diada y hasta una fundada expectativa de rehabilitación económica. A cambio, el radicalismo soberanista sonríe satisfecho a medias con el dúo Yolanda Díaz-Ada Colau. La vicepresidenta, incluso, se ha vanagloriado de su trabajo para aguar este acuerdo verbal entre dos Administraciones. Poco rédito para Sánchez con esta fotografía tan poco alentadora que tapa los pies al desacuerdo en su coalición, pero destapa, a cambio, las enormes diferencias partidistas y reticencias que existen cuando se trata de abordar con altura de miras una apuesta de futuro de hondo calado entre Catalunya y España.

A su vez, no es descartable que el tormentoso paso atrás de Gobierno central y Aena en Barcelona cargue las pilas de razones a quienes acudan a manifestarse en otro emblemático 13-S. Precisamente cuando el secesionismo libra a cara descubierta otra cuita de sus batallas interminables -en este último capítulo en torno al atrezzo de su próxima movilización-, Madrid les pone en bandeja el argumentario harto conocido para que el catalanismo siga pensando que "nos siguen engañando y no nos podemos fiar de ellos". Desde luego, el clima entre ambas partes se ha enrarecido torpemente porque la relación retrocede a la puerta de salida. Por si fuera poco, todavía sigue siendo una incógnita la presencia del presidente español en la inminente mesa de diálogo.

Así las cosas, el PP dispone sin proponérselo de otra muesca para su revólver dialéctico. Una recurrente disculpa que le permitirá en unas horas seguir despejando el pesado balón de su obstinada oposición a renovar el Poder Judicial. Muy por encima de las presiones de todo tipo que vienen recibiendo, los populares permanecen inasequibles al desaliento. Transitan aferrados a su ilusión por unas encuestas muy favorables -no es baladí la advertencia del tertuliano Pablo Iglesias- y de unos susurros permanentes en los oídos de Pablo Casado, presidente. Autoconfianza.