MIENTRAS los agentes sociales firmaban los 50 euros de subida en el salario mínimo, el PP iba a los tribunales para pedir explicaciones al ministro Ábalos por su manifiesta torpeza con la vicepresidenta venezolana, seguramente inconfesable por razones de Estado. Mientras Pablo Iglesias se interesaba a pie de tierra por los aterradores efectos del vendaval Gloria apelando a la concienciación del cambio climático, Quim Torra claudicaba por impotencia. Mientras la derecha sigue gritando angustiada por la ruptura de España y anuncia desastres apocalípticos, viene el CIS y les rebaja todavía más sus previsiones electorales a costa de una subida de los dos partidos gobernantes. Mientras el caldo político hierve atropellado por una cascada de histerias alentadas por el voltaje mediático, la coalición de izquierdas va a lo suyo como si nada le pudiera torcer el rumbo fijado. Solo ERC les pone en su sitio. Basta que Gabriel Rufián tosa para que Sánchez cambie de idea. Un clamoroso toque de atención, una carta amenazadora es suficiente para que todo un presidente de gobierno cambie su opinión al instante y recuerde a quién le debe la vida. Es la única excepción a la inmunidad.

No es descartable que en otro país un conflicto diplomático como el protagonizado por Ábalos en Barajas hubiera dejado tambaleando a cualquier gobierno y al ministro responsable, destituido sin dilaciones. Tampoco sería una temeridad intuir el interminable murmullo por la designación de la lingüista y exlíder de España Global para dirigir el deporte. Incluso, hasta hubiera sido previsible entender como una grosería a la flema diplomática la abrupta eliminación de la secretaría de Estado para Iberoamérica; y, como una clamorosa rectificación, su habilitación en horas. También es posible imaginarse un incendio por la trascendencia de la dimisión de un exministro responsable de la Red Eléctrica harto de la manifiesta injerencia de una vicepresidenta. Ni una llama. Es la consecuencia lógica del estado de gracia y, sobre todo, de su desbordante indiferencia.

En ninguna de estas polémicas equivocaciones se ha registrado la más mínima erosión de la unidad de acción del gobierno. Ni una crítica velada. Todos a una en el silencio cómplice. Aquella cacareada presunción temeraria de luchas intestinas y de incontables subterfugios para el espionaje aparece transformada, de momento, en distendidos almuerzos de confraternidad, comisiones de coordinación semanal y sucesión incesante de whatsapp ante el más mínimo parpadeo informativo de cada día. Toda una catarsis en favor de la conjunción de voluntades a la que ha contribuido decisivamente la vertiginosa conversión de Pablo Iglesias a la ortodoxia de la moqueta. Queda mucho camino por recorrer en una legislatura que empieza a intuirse con voluntad de resistencia, es cierto, pero el arranque de gestión compartida está desarmando la moral de sus opositores, sobre todo los mediáticos.

Casado y Abascal siguen a lo suyo, compitiendo por la judicialización de cada gesto político. Catalunya y Venezuela son su hueso preferido para morder. No se les conoce ni una propuesta constructiva más allá de la ácida crítica al gobierno de izquierdas. Una tenaz desconexión con la realidad de la calle que empieza a preocupar sobre todo en el PP porque frena su rehabilitación. Una lectura benevolente de este error táctico sería que ambos partidos guardan todas sus energías para desfogarse luego durante el período legislativo, que se ha hecho esperar demasiado. El discurso del Rey abrirá el lunes la dinámica parlamentaria, que no podrá desembarazarse ni un segundo de los efectos indirectos del conflicto independentista al compás de la negociación de la reforma laboral, las pensiones y, por encima de todo, los Presupuestos.

Quizá la derecha haya depositado todas sus esperanzas de recuperación en el descarrilamiento del tren catalán. La clamorosa rectificación de Sánchez en dos tiempos sobre la mesa bilateral es un bocado para quienes asocian machaconamente la idea gobierno y claudicación, presidente y oportunismo. Otro tanto dirán a propósito de la reunión con un president que tiene pie y medio fuera del cargo y a quien Puigdemont le busca un relevo sumiso. Pero es el precio de la supervivencia a la que obliga ERC. Sin mesa no hay legislatura, ya avisó ERC. Cada uno va a lo suyo.