LAS emociones fuertes se agolpan al calor de una investidura que se hace de rogar. Se avecina un nuevo período de indudable trascendencia política y judicial. En el Congreso de los Diputados espera un escenario inédito; fuera, siempre nos quedará Catalunya. En uno y otro lado, imperará la incertidumbre y un contexto peligrosamente agitado de imprevisibles consecuencias. Los sobresaltos se suceden en medio de una interminable inestabilidad. Cuando Pedro Sánchez creía haber pasado el Rubicón después de un sometimiento silencioso del PSOE a la voluntad de ERC llega un poder administrativo como la Junta Electoral Central (JEC) y dinamita con una decisión más que discutible la voluntad popular mediante la inhabilitación del rebelde Quim Torra. Más gasolina a un incendio provocado exclusivamente en torno a la futura articulación territorial. Una más que peliaguda cuestión de Estado que, sin embargo, se ha hecho un hueco para siempre en el debate parlamentario, mediante la sencilla apelación al diálogo entre diferentes, ante la enardecida reacción del unionismo.

Desde anoche, la confusión se ha apoderado de la lógica. ERC había dado permiso para que empezara, de una vez, la función tras el guiño sin mucho riesgo de la Abogacía del Estado sobre Oriol Junqueras. Lo acompañó luego de un trámite para la galería, al que supo rodear del suficiente halo de misterio que le garantizaba seguir acaparando esa atención mediática desde su condición de influyente. Pero nadie pensó en la bomba de relojería de la inhabilitación del díscolo presidente de la Generalitat, difícil de asumir democráticamente. ERC tiene un problema.

La incertidumbre no se ha evaporado del todo. Cuando se había enjugado el golpe de efecto del tertuliano Revilla -el voto negativo de su Partido Regionalista de Cantabria (PRC) tendrá más eco ciudadano que las tendenciosas llamadas de Inés Arrimadas a los barones socialistas- con el paso al frente del BNG, llega el plante del soberanismo institucional.

En realidad, la suerte estaba echada desde que Pedro Sánchez aceptó convocar una consulta en Catalunya y así desatascar el enredo de una negociación vital para la suerte de las dos partes. Al hacerlo, daba a los republicanos soberanistas la herramienta que siempre exigieron para desarmar el negacionismo cautivo de JxCat. De paso, el presidente en funciones se aseguraba su auténtico propósito: el poder. Ahí es donde seguirá durante mucho más tiempo de lo que prevén sus agoreros, que parecen aumentar. De momento, el objetivo de la presidencia del Gobierno español lo sigue teniendo en la mano como regalo de Reyes. El referéndum acordado, en cambio, es futuro y ya se verá, según el código sanchista. Eso sí, han bastado las primeras polvaredas para que Ábalos precisara que nadie habla del derecho a decidir.

Ahora, dos elecciones después, las Cortes experimentan una sonora sacudida en medio de un escepticismo más que fundado. Aquella intransigencia de Pedro Sánchez con el comunismo y la fatídica inexperiencia de Unidas Podemos que quitaba el sueño a él y a millones de españoles aparece convertida en un pacto del polvorón, blindado a la prensa, para iniciar juntos la intrépida travesía de gobierno.

inicio del diálogo Aquellos enemigos beligerantes del orden constitucional -en el nuevo argot, seguridad jurídica- que pusieron pie en pared surgen por necesidad y escasa convicción como el apoyo imprescindible donde converger, por fin, el inicio del diálogo que no el 155. Aquel PP desahuciado del poder por su corrupción y desnortado por su abrupta derechización busca todavía su sitio con un discurso que solo garantiza diatribas, cóleras y enconamientos. El elevado precio por el desasosiego que le supone sentir tan de cerca el permanente fantasma de ese lenguaje ultra, patriótico pero al alza de Vox, y que le aleja de las auténticas apuestas de miras largas que deberían exigirse a un partido de Estado.

Y desde la tribuna de oradores comenzará a escucharse sin ambages las apelaciones al diálogo para encarar con sensatez el nuevo orden territorial. No sería de extrañar que deban levantar la voz para hacerse oír y entender entre el pataleo unionista y las intercesiones judiciales. Emociones encontradas.