pEDRO Sánchez vuelve a rectificar. Siempre quiso gobernar en solitario. Abjuró de un gobierno de coalición con Unidas Podemos. Vetó a Pablo Iglesias. Impidió más negociaciones con simples “inexpertos”. Ideó una repetición de elecciones para cobrarse la pieza que se le resistía. Auténtico papel mojado. En plena resaca personal de su enmascarado disgusto del 10-N, con unos resultados incómodos por su amarga victoria y la pujanza de una derecha extrema, el presidente en funciones se trasmuta. Instaura por vez primera en España un Consejo de Ministros con más de un partido. Elogia públicamente la generosidad de su principal rival por la izquierda. Abraza sin recato al líder a quien siempre repudió personalmente y lo convierte en vicepresidente. Sitúa a su ideólogo Redondo en primera línea para desvanecer las ganas de aniquilarlo. Liquida en una tarde las traviesas que lastraron durante seis meses un acuerdo. Y lo hace renegando de sus principios. Sánchez sabe que volverá a dormir mal. Le ha salido el tiro por la culata.

En la misma noche del domingo, ya se molestó por los cánticos que le imploraban un acuerdo progresista, que no quería. Este espectacular volantazo, propio de sus genes políticos, añadirá otro rasguño a su credibilidad, a cambio de mantener el poder, regenerar la ilusión de una izquierda desanimada por la oportunidad perdida en verano y alarmada por la irrupción del fascismo. Al otro lado del espejo, los empresarios le recibirán de uñas, como la Bolsa, y en la Unión Europea temen por el desfase de los gastos, el perfil de su socio y el déficit en los Presupuestos.

Para entender la trascendencia de este inigualable golpe de efecto en mitad de la tempestad, nada mejor que escuchar la reacción del enemigo. Las viscerales interpretaciones de PP y Vox confirman que el acuerdo de un próximo gobierno de izquierdas les ha pillado con el pie cambiado, que les altera la estrategia de bloqueo sobre la que ambos partidos pretenden seguir caminando para desgastar la figura de Sánchez. La apelación de Pablo Casado al radicalismo que entraña el pacto firmado en el Congreso y la de Santiago Abascal al espíritu bolivariano retratan el grado de frentismo que aguarda a una legislatura animada de saque por un preámbulo tan inesperado como incierto.

Tras conocerse semejante buena nueva, engendrada con el sigilo propio de su trascendencia, los altavoces de la izquierda no repararon un segundo en airear a los cuatro vientos su euforia.

Era la chispa de adrenalina que necesitaban para combatir los perniciosos efectos de unas urnas tan indigestas. Volvían así, de un plumazo, las apuestas por la transición ecológica, la igualdad social, el fin de la reforma laboral y también, pero en letra mucho más pequeña, la buena voluntad dentro de la ley sobre el futuro impredecible de Catalunya.

Mientras, en Génova contenían a duras penas su cabreo porque se quedaban definitivamente fuera de un tablero donde les hubiera gustado siquiera ronronear un rato. Más de un dirigente del PP imaginaba con deleite contenido esa escena en la que un Sánchez, incapaz de asegurarse la investidura, asediado por las urgencias de la UE, las apelaciones empresariales y las llamaradas de Barcelona, apelaba a la razón de Estado para intercambiar la abstención con la derecha en favor de un pacto de interés nacional. Hubiera sido quemarse a lo bonzo. Por eso, el líder socialista ha preferido el mal menor de doblar la rodilla ante Iglesias. Ahora bien, en paralelo traza una divisoria muy clara entre los dos grandes bloques políticos para ahondar en la estrategia de la confrontación donde navega con soltura.

De entrada, desplaza al PP a sostener una oposición de riesgo bajo el marcaje permanente de Vox porque le obligará a cuidar los decibelios de sus andanadas sin que se confundan sus mensajes. Y, en el caso de la izquierda, les retrotrae a la esperanza de abril por encima del retroceso electoral y sus divisiones internas. Al hacerlo, Sánchez sabe que pisa un campo minado, consciente de que el día a día de su nuevo gobierno se expone a las emociones fuertes -¿Carmen Calvo será sacrificada?-, porque se sucederán disputas y posiciones encontradas. El vicepresidente Pablo Iglesias deploró en campaña a la vicepresidenta Nadia Calviño. Habrá más, pero el desbloqueo ha comenzado.