NI el PSOE ha fagocitado a Unidas Podemos. Ni Pedro Sánchez se ha asegurado la gobernabilidad. Su ambición y el tacticismo de Iván Redondo han fracasado en favor de la ingobernabilidad y la derecha ascendente. Redondo sale vapuleado de este nefasto experimento con gaseosa. Un tiro en el pie. La desmedida ambición por el poder de su cliente se desparrama en favor de una derecha rehabilitada por inercia y de un fascismo rampante que infunde miedo. En medio de este carajal irresoluble el soberanismo catalán fortalece su desafío con un crecimiento que sitúa por encima de las brasas de su radicalismo callejero la advertencia de que solo el auténtico diálogo político en el contexto de la ley evitará su cronificación. Medio año después de las anteriores elecciones, en medio de una crisis política mucho más agudizada y de los claros síntomas de una ola de frío económica, España busca todavía un gobierno estable.

Sánchez asume un pírrico triunfo que rasga su soberbia. Ahora se le complican al máximo los planes que garabateó después de verse henchido por los triunfantes comicios locales de mayo. Ni siquiera ha sido capaz de taponar la caída de su nicho de diputados. Suya es toda la responsabilidad de esta amarga victoria. Ahora bien, tampoco su rasputín de cabecera -los dardos buscan desde anoche la cabeza de Redondo entre los ortodoxos de Ferraz- queda exento de culpa. Uno y otro jamás entendieron qué supondría la sentencia del procés ni la publicitaria exhumación de Franco, posiblemente porque el poder te aleja del latido de la calle. Por ahí se abrieron las compuertas, sobre todo, a la entrada de Vox con Babieca para regocijo de un nacionalismo español exultante. El PP se queda con las migajas de estas bravatas populistas, que le permiten reforzar una rehabilitación para atormentar al PSOE. Junto a la incontenible algarabía del cuartel de Abascal entre banderas de la Legión al viento, la sonrisa de Casado completaba el cuadro cómplice.

Siempre se le podrá atribuir a Sánchez que su obstinada pretensión de gobernar sin otra sombra que la suya haya favorecido para muchos años la implantación de la ultraderecha. Sus balbuceos sobre Catalunya, los equívocos relativos a la abstención del PP y el desdén hacia Pablo Iglesias han aguado aquella ilusionante desbordante de abril de una izquierda entonces desnortada y de una abstención, resignada. Como penitencia le espera una ardua negociación de investidura, que sacará adelante.