la derecha está envalentonada. Cree, con datos, que roza la sorpresa al paso de los días para desesperación de un sanchismo aturdido por los efectos de ese interminable tsunami catalán que le supera. Basta la reciente yenka del ideario socialista sobre la plurinacionalidad y el federalismo para entender su estado de ofuscación. Por contra, el PP ya atisba ilusionado, de momento, un Senado sin mayorías absolutas. Y para el Congreso también otea un horizonte prometedor porque sabe que está llamado a ser decisorio cuando se negocie la investidura. Aquel Pablo Casado al borde de la depresión por su sonoro batacazo de abril sonríe ahora, sabedor de que las urnas reducirán el asalto definitivo del poder a su mano a mano con Pedro Sánchez. Sobre un discurso de mínima intensidad aznarista, el presidente popular se siente ya, definitivamente, el líder alternativo para desesperación de un desnortado Albert Rivera que ha cavado su fosa electoral por sus erráticas estrategias.

En el epicentro del poder real que es Madrid, donde la exigencia de la mano dura con el soberanismo aumenta en público sus decibelios desde posiciones patrióticas, se ríen a carcajada batiente del último CIS. La legión de descreídos ningunea la validez de una encuesta realizada de espaldas a la sentencia del procès, la exhumación de Franco y el radicalismo callejero de Barcelona y en medio de una abstención creciente como refleja el menor voto por correo. Ni en el PSOE imaginan asomarse siquiera a los 140 diputados -¿llegarán a 123?-, aunque advierten a los descreídos que Tezanos fue el único acertante con su desafiante sondeo ante el 28-A. En Ferraz dan por segura la victoria, faltaría más, pero admiten que puede ser mucho menos holgada de la que Iván Redondo predijo. En su cuartel general, la auténtica pesadilla es saber cuántos diputados sumará el bando unionista.

En la izquierda asoman demasiado recelos, sobre todo entre sí. En Unidas Podemos porque dan por hecho el entendimiento final entre PSOE y PP, una hipótesis que se ha convertido en un incómodo soniquete para Sánchez. En Más País, porque temen su irrelevancia. En el socialismo, porque no les salen las cuentas y temen que puedan arrepentirse de tan nefasta repetición electoral. Y en ERC, porque mientras siga brotando humo en Barcelona, seguirán sin despejar la desconfianza en la Corte. En cambio, en la otra acera, sus expectativas mejoran gracias a la bronca interminable del vandalismo callejero.