EN los bancos de la izquierda en el Congreso ayer se rezumaba desazón. Era la segunda vez en tres años que Pablo Iglesias impedía a Pedro Sánchez su investidura como presidente de gobierno. Suponía, esta vez, la consecuencia directa de una negociación de pandereta, siempre pendiente de las redes sociales y que alcanzó el éxtasis de su despropósito minutos antes de la decisiva votación. Fue entonces cuando el atribulado líder de Unidas Podemos quiso voltear la suerte a cambio de un plato de políticas activas de empleo que, al parecer, le había aconsejado poco antes por el móvil una voz socialista. Surrealismo puro en una sesión que certificó la irritante relación entre los dos principales de izquierda que se repelen y una dosis desbordante de su irresponsabilidad. España queda al borde de una histérica repetición de elecciones ante el regocijo del PP, favorecido por el desconcierto de Ciudadanos y la intranquilidad manifiesta que la sentencia del procés independentista representa para ERC.

Fue entonces cuando Aitor Esteban, consciente de la sima producida y de sus hondas repercusiones, sacó el manual de la negociación. Como si estuviera en un aula, conminó a PSOE y a la coalición de izquierdas a que aprovechen las opciones de un acuerdo, que ve posible antes de septiembre, para evitar la convocatoria de elecciones. Se trataba de una incitación al diálogo, ahora ya en serio, para que Unidas Podemos sea consciente de que su inexperiencia y mensaje limitan sus reivindicaciones y, a su vez, que los socialistas entiendan la trascendencia de favorecer el entendimiento. Una llamada a la sensatez, tan propia del portavoz nacionalista, pero en medio de un escenario incendiado por la desconfianza, el egoísmo y las tácticas partidarias que ensombrece las expectativas de éxito. Sin embargo, la llama queda prendida. Hasta la avivó Iglesias: “No vayamos a elecciones, dialogue con nosotros”, le imploró a Sánchez.

PSOE y Unidas Podemos salen trasquilados de esta fallida investidura. Ambos corren ahora deprisa buscando el relato más demoledor para el otro por si llegan las elecciones y les pasa factura. Gabriel Rufián alertó del riesgo que se corre ante la derecha por la oportunidad ahora perdida. Incluso, advirtió al candidato de que septiembre le será difícil sumar a ERC. Nadie estaba por la labor de cambiar de opinión después de asistir durante toda la mañana a un cruce de declaraciones encontradas y de manuscritos en ocasiones remendados. Mucho menos Sánchez, enrabietado y con unas ganas irrefrenables de poner en su sitio el egoísmo de Pablo Iglesias, con quien será muy difícil a corto plazo un abrazo de Bergara.

El candidato -sin una sonrisa en toda la mañana- aprovechó su desesperada petición del voto para afear sin piedad el comportamiento de Unidas Podemos en una negociación que apenas ha durado 20 horas, enfrascadas en saber exclusivamente qué hay de lo mío. Iglesias, acosado, acabó con dolor de cuello negando infinitamente con la cabeza las interminables imputaciones. Le ocurrió también cuando Adriana Lastra le ridiculizó por rebajar a la categoría de simple “jarrón chino” la concesión de una vicepresidencia y tres ministerios. En su descargo, el líder de Unidas Podemos -incapaz de agradecer a Rufián el libro de cuentos de Oriol Junqueras, al contrario que Sánchez- pidió respeto, negociación y se sacó de la chistera las políticas activas de empleo. Una competencia transferida a la mayoría de las autonomías, pero que tiene un presupuesto estatal de más de 5.900 millones, mientras las críticas sobre su eficacia no cesan. El resto de los grupos sigue sin saber cuál hubiera sido el programa del gobierno de coalición, o siquiera el borrador. Su única preocupación es que se eviten las elecciones porque nadie tiene asegurada su suerte.

En el caso de los tres partidos de la derecha, apenas tuvieron que esforzarse para hilar mofas sobre otro clamoroso desencuentro de sus rivales. Rivera sigue instalado sin más novedades en el soniquete de la banda de Sánchez hasta que consiga hacerlo viral. Casado, sabedor de que pesca en aguas movedizas, avanzó unos metros en la posibilidad de encontrarse con el PSOE en aquellos asuntos de Estado que no comprometan a la unidad de España, quizá porque en el exterior Núñez Feijóo se había declarado partidario de negociar un pacto. Abascal, en lo suyo, puso el exotismo al agarrarse a Unamuno -demasiado manoseado en esta investidura curiosamente desde extremos como ERC y Vox-, y azuzar al independentismo - “grupos de liberados y laguntzailes de Bildu, dijo- para oponerse “por siempre” a Sánchez. Sin ellos, el partido se seguirá jugando.