LOS hinchas de Osasuna están un poco fastidiados por las circunstancias. Mira que hay equipos por ahí, pero tenía que ser precisamente el Athletic, espectro siniestro que se lleva de la solana navarra al mocerío en plena crianza, y encima con un gol de Kenan Kodro, el héroe en el ascenso del 2016, quien puso el punto final a esa espectacular racha de 31 partidos consecutivos invictos en El Sadar. A modo de atenuante tengan en cuenta los más atribulados que el asunto podría haber sido bastante peor. Imagínense por un momento a Iker Muniain protagonizando el gol de la derrota, y en el último minuto, como aquel día, ¿recuerdan?, y con la criatura llevándose la mano a la oreja a modo de saludo canalla, pues eso sí que toca la moral.

Se puede añadir sin ánimo de exagerar que hubo una especie de conjunción astral en la primera victoria liguera a domicilio, sucedido que coloca al Athletic en la quinta plaza del campeonato desplazando de la misma a la aclamadísima Real Sociedad. En consecuencia, conviene explicar la evolución que dio lugar al acontecimiento:

Fase A: Ante la baja de Aduriz, y como en la anterior convocatoria eligió a Villalibre, el técnico decidió que le tocaba turno a Kodro, más que nada para evitar los agravios.

Fase B: Hijo del delantero bosnio Meho Kodro, reputado goleador de la Real a comienzos de los noventa, nació en Donostia, se forjó en la cantera txuri-urdin, y logró triunfar en Osasuna.

Fase C: El club pamplonés trincó un buen dinerillo traspasándole al Mainz alemán.

Fase D: Su fracaso en la aventura europea coincidió con la zozobra rojiblanca cuya directiva, sin duda llevada por el pánico, salió a pescar en las procelosas aguas de su exiguo mercado y, sorpresa, del FC Copenhague y a cambio, se dice, de 1,6 millones de euros, llegó Kenan. No viene al caso recordar las encendidas loas de la dirección deportiva a esta operación en la sala de urgencias.

Fase E: Mediado el partido, la lesión de Raúl García, hombre fundamental, fue un quebranto para Garitano, quien no tuvo otra que apostar por quien nunca antes había apostado. Cosas de la vida.

Fase F: Tan estimable baja coincidió con el renacer osasunista, que justo se quitó de encima en la segunda parte su atolondramiento anterior para parecerse a lo que son, es decir, unos tipos luchadores, amén de pelmas recalcitrantes.

Fase G: En esas llegó el gol del empate, consecuencia lógica en la deriva del partido. Y lo que parecían unos cambios del técnico con pinta de inadecuados resultaron mano de santo (la conjunción), ya que en la génesis del 1-2 intervinieron los tres, San José, Lekue y Kenan, que resolvió con clase.

Fase F: Ni rastro del capotico de San Fermín.

Fase H: La importante ausencia de Muniain, si bien apaciguó la animosidad de la hinchada rojilla, ofreció otra oportunidad a Sancet, imperial en su juego y sagaz en el pase que propició el 0-1, obra del incombustible Iñaki Williams.

Y así discurren los insondables caminos del fútbol. Para uno que marca (bueno, vale, dos, aquel ante el Atlético de la pasada campaña), al muchacho como que le entró una angustia vital, y en vez de celebrarlo con alharaca, como es de ley, conturba el rostro, levanta las manos y pide perdón. Y lo mismo le ocurrió a Raúl García cuando anotó un gol a los ocho minutos, anulado por el VAR por, digamos, una nariz (cosas de la naturaleza). En el interín, Rolo tampoco quiso celebrarlo por una cuestión de origen, paisanaje, educación y sentimiento.

El partido estuvo pero que muy navarro, no tanto por Osasuna, que solo tenía a dos en su alineación (David García y Roberto Torres), sino por el contrincante: Raúl García, Sancet, San José, Kenan, Muniain con su fantasmagoría; o el mismísimo Williams, criado en la Rochapea, donde se hizo futbolista, y que además batió ayer el legendario récord de Carmelo Cedrún.

La conjunción astral se cerró formando una luminosa aureola alrededor de Unai Simón, otra vez providencial, y la razón necesaria para contar esta extraña historia.