SÓMENSE a su izquierda y tengan cuidado con el acantilado. Porque si ustedes se detienen en el relato de la producción del txakoli Torre Loizaga, uno entre tantos que han de salvar mil y una dificultades, verán que supone todo un desafío. Lo es de costumbre, si se considera que la Hondarribi zuri y demás uvas usadas para la elaboración del txakoli son materia delicada (un pétalo, un tejido de seda, un terciopelo fino...), en peligro por la climatología, los riesgos de la manipulación y las amenazas propias de la naturaleza. Exige, más adelante en el proceso, una incesante búsqueda de mercados. Pero si a ello le añaden las trabas y piedras sueltas que han aparecido en este tortuoso camino de regreso a la casa normalidad tras el paso por la pandemia, el asunto se convierte, como bien ha descrito Elixane Castresana, en una de aquellas trepidantes novelas de aventuras. O, como les dije, en el arriesgado gesto de asomarse al acantilado para recrearse en las vistas desde arriba.

Quienes se ven inmersos en estas trepidantes travesías repletas de peligros bien saben que no hay mejor viaje que el de regreso a casa. A cada paso el paisaje se va haciendo más reconocible. Es lo que parece que sucede este año con la vendimia y elaboración del txakoli, según han diagnosticado las buenas gentes de Bizkaiko Txakolina, que han hecho sus cálculos: va a producir un diez por ciento más que los dos años pasado, cuando la maduración de la uva se adelantó como algunos de esos adolescentes que salen espabilados y riegan los hogares de permanentes desafíos. En esta ocasión, al parecer, todo llega a su tiempo y la previsión habla de menos dificultades siendo conscientes, como les dije, de que los riesgos son mayúsculos por la fragilidad del proceso.

La noticia que ha pregonado Bizkaiko Txakolina es refrescante y alegre. Invita al brindis, si nos aseguran, además, que el nuevo txakoli será fácil de beber. ¡Vaya por todos nosotros!