ODO se entremezcla y se monta un revuelo y un alboroto, como si entrásemos en el cangilón de una trepidante noria o soplase un viento que lo remueve todo en remolino. Mientras en los tribunales hay un cruce de espadas en una denuncia por la aplicación del llamado síndrome de alienación parental (sin entrar en a quién le asiste la razón o quién se equivocó en sus actos, la verdad es que son demasiados los litigios por separación en los que los menores se usan, si es que se puede decir así, como armas arrojadizas con las que dañar...), en los espacios de vacunación también se ha armado la marimorena: hay gente que se queja porque su segundo pinchazo le coincide con días de vacaciones y ponen el grito en el cielo, tan despejado en este comienzo de junio, cuando les dicen que han de aguardar a que les den un nuevo turno si no acuden en los día y hora fijados.

Con la norma en la mano parece claro que la inoculación en otro municipio diferente al lugar de residencia solo está prevista para las personas desplazadas pero no para aquellos que se han trasladado al municipio por eso tan necesario de cambiar de aires. Se queja la gente que ve en peligro su puesto en la caravana de vacunación mientras el gobierno cántabro, sin ir más lejos, se ofrece para darle cobertura al ritmo de vacunanción en aquellos visitantes veraniegos que tanto alivian las cargas de la hostelería y el comercio. Otro pandemonium en el horizonte.

Los tribunales, con dos posturas enfrentadas y de complicada solución, y los vacunódromos, en peligro por desplazamientos veraniegos que trastocan los ritmos, marcan el ritmo de estos días. Lo que parece claro es que no hay manera de que baje la marea y se establezca una calma chicha. Qué ganas de que lleguen los apelmazados días en los que la duda radica en si comer una paella o una caldereta, si echar la siesta en el sofá o en la cama, o si voy al monte o la playa.