RES de cada diez entran y no salen, como si las UCI fuesen una suerte de túnel de lavado por el que pasan algunas maltrechas carrocerías del ser humano (en concreto, las afectadas por el covid) ideado por la enfermiza imaginación de Stephen King. Un cuento de terror, vamos. Pura angustia.

He ahí la cifra en bruto extraída de los informes presentados por Semicyuc, que no es, contra lo que pudiera parecer, el nombre de un sicario rumano sino el acrónimo de la Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias. Un sitio donde se ven, cara a cara, los estragos del covid en las UCI, ese terrible espacio donde el virus aprieta y aprieta hasta lograr, en no pocas ocasiones, ahogar.

Entabladas ya las líneas de defensa entre los más débiles (la gente de mayor edad, con menos reservas físicas para la defensa, vamos...), la útlima radiografía demuestra la cabrona habilidad de este mal: ha incrementado en más de un punto la mortalidad en la franja de edad que recorre el tramo que va desde los cuarenta hasta los sesenta años. Es más o menos el trecho que se está vacunando estos días y el virus, corre que te corre, parece adelantarse, como si tuviese voluntad propia, como si fuese, como les dije, un maquiavélico personaje de Stephen.

Bienvenida sea la alerta para no bajar la guardia pero no conviene detenerse en ese punto más de la cuenta. Hay noticias que generan ilusión y otras pesadillas que te impiden conciliar el sueño. Estemos, por tanto, ojo avizor pero no dejemos que acongoje una estadística. Si pensamos que a la UCI llegan los casos más peliagudos, los duros de pelar, es casi mejor lanzar aplausos: el ejército que allí trabaja rescata a siete de cada diez de ese camino sin retorno.