NA vieja sentencia, de autoría desconocida, decía, tiempo atrás, que cuando eres enfermera sabes que cada día cambiarás una vida o una vida cambiará la tuya. He ahí una verdad en toda su grandeza, una definición exacta de una vocación hecha oficio. La empatía es la ciencia que las dirige y aún así ese colectivo sabe que la tarea no será fácil, pero sabe que valdrá la pena. Hoy, cuando los tiempos no están cubiertos con el barro fresco de la trinchera, cuando la lluvia se mezcla con el barro, la enfermería sigue donde estuvo desde el primer día: en primera línea de fuego en el campo de batalla. No han dado un paso atrás, con la triste excepción de quienes cayeron en la lucha. Ese era otro de los riesgos: el fuego amigo de quien dependía de su trabajo fue, y aún lo es, un peligro fatal. Sí, hoy también, cuando aún está caliente el pan de la celebración del Día Internacional de la Enfermería.

La efeméride, como tantas veces se ha dicho, corresponde al recuerdo de Florence Nightingale. Le acusan de ser la madre de la enfermería moderna. Suya fue la teoría del entorno, tan sencilla como clarividente. Creía que los entornos saludables eran necesarios para aplicar unos cuidados de enfermería adecuados. Hablaba de cinco elementos esenciales -aire puro, agua potable, eliminación de aguas residuales, higiene y luz- que se consideran tan indispensables en la actualidad como hace casi 160 años.

¿Qué diría hoy del entorno la infatigable Florence -"Le debo mi éxito a esto: nunca di ni acepté una excusa", dijo...-, cuya ciencia se desplegó en la Guerra de Crimea, allá por el siglo XIX? ¿Que acusaciones lanzaría contra este entorno al descuido, con las mascarillas bajas, los besos y abrazos a flor de piel, las botellas compartidas? Imagino que lo vería como vio los horrores de Crimea, como un error mayúsculo que frenar.