L poeta inglés del siglo XIX Matthew Arnold dijo, en cierta ocasión, que el buen periodismo consiste en contar historias con un objetivo. Historias con necesidad, historias a las que merece la pena dar un baño de luz para que la sociedad que las lea sea consciente del mundo que le rodea, para que se desenmascaren un puñado de tantas tinieblas como nos rodean. En esa lucha andaban Roberto Fraile y David Beriain, dos periodistas vascos, en pos de un documental sobre la caza furtiva en un parque natural de Burkina Faso, en el corazón de una tierra salvaje donde los peligros eran incontables. Su lucha era iluminar las sombras. Les han ejecutado.

En su versión más pura, la más cercana a una pasión insostenible, el periodismo se ejerce con los pies puestos sobre la tierra. Es ahí donde gana su valor el oficio, donde se hace trascendente, donde se gana el pan. Luego aparecemos los otros, el triste cuerpo de infantería en la retaguardia que tratamos de dar con una explicación, ofrecemos un punto de vista o, en los momentos más felices, arrojamos una mirada curiosa sobre la realidad que haga pensar a quien lo lee. Ninguno de estos periodistas de oficina, si es que se nos puede llamar así, ha cambiado el mundo, excepción hecha, tal vez, de Emile Zola, quien el 13 de enero de 1898, publicó su texto Yo acuso en L'Aurore como análisis del caso Dreyfuss. Ha pasado un siglo más que largo. Iba a hablarles de las cirugías a la espera en la salud pública, cuyas colas no van a menguarse con el trasvase a la medicina privada para evitar más tropezones y colapsos, imagino. Iba a ofrecerles mi mirada sobre las prioridades y sobre las soluciones que no dejen heridos en retaguardia, pero la muerte de Roberto y David me hizo pensar. Dónde vas, alma de cántaro, con tu columnita.