ÁS allá de los efectos secundarios vinculados al covid y a sus defensas (los propios de la administración de la vacuna en según qué organismos...), se observan lo que bien pudieran llamarse los efectos terciarios o de tercera, si es que se me permite llamarlos así. La mala salud, aunque no se tengan hoy por hoy tanto en cuenta o por lo menos no sean tan visibles, se despliega en un abanico de enfermedades y síntomas mucho más amplio que el de las neumonías, la falta de olfato, las gripes severas o los trombos. Casi se diría que ha sido tan grande el protagonismo del covid, tan fuerte su pujanza, tan aterrador el miedo que conlleva y tan acaparadores los cuidados que requiere, que el resto de dolencias han pasado a convertirse en enfermedades de segunda.

Estos deslices se conocen como daños colaterales. Diagnósticos tardíos, intervenciones quirúrgicas que se retrasan por falta de quirófanos o de cirugía asequible, tratamientos que pasan a la lista de espera. Minucias así. Lo ven, ¿verdad? Cuando se nos informa que murieron civiles por causa de un bombardeo que confundió el blanco, se está tratando de convencernos de que no fue por mala voluntad sino por mala puntería. Fue sin querer. Colateral es aquello que está al costado, que no es el asunto central. Lo vemos ahora con el asunto de la Superliga. ¿Qué más da que se vacíe de romanticismo el fútbol, que se desligue el éxito del esfuerzo deportivo, si el objetivo final es llenar las arcas de los todopoderosos clubes y las cuentas corrientes de los futbolistas más habilidosos? Da la sensación de que el fútbol como espectáculo lleva camino de convertirse en un zoo donde van a exhibirse especímenes fabulosos. No un león que caza y puede ser herido por otra fiera en la cacería, no. Un león que mirar tras el escaparate. Pensar que ocurre lo mismo o algo semejante con alguien enfermo te pone malo.