la vista de lo que está ocurriendo en los últimos tiempos, el covid tiene un par de cualidades que han salido a la luz a medida que avanza la pandemia: se trata de un virus nómada, capaz de viajar a bordo de los cuerpos transmisores con mucha facilidad, y tiene las facultades de una gimnasta olímpica, es decir, una flexibilidad enorme y una capacidad de salto de semejante tamaño. ¿Cuál será el próximo rasgo de carácter que le descubramos, si es que se puede decir así? Adivina, adivinanza. Quién lo sabe.

El tribunal que juzga sus pasos anda un punto desorientado o desbordado. No parece sencillo propiciar la convivencia entre esa mutación maligna de la naturaleza y el día a día del ser humano, a lo que se ve incapaz de quedarse sentado en casa con los brazos cruzados. Es lógico que se produzcan semejantes malentendidos, si se tiene en cuenta que la naturaleza humana comparte con el virus esa costumbre de andar de arriba a abajo. Es por tanto complicado pedir al personal que se mueva lo menos posible para que el virus no prolongue su poder de incapacitarnos.

El LABI hace, por tanto, lo que puede, que no siempre coincide con lo más eficaz. La propuesta actual parece sacada de un taller de sastre: cierres perimetrales en aquellas localidades que alcancen los 400 casos acumulados, donde solo se podrá desayunar y almorzar en horas concretas. Van a vigilar con extremo celo el cruce de fronteras y solo dejarán salir a destinos más relajantes si uno tenía hecha la reserva antes del toque de diana de ayer. Tampoco es aconsejable que se junten a puerta cerrada aquellos que no sean convivientes habituales y van a estudiar el horizonte de lunes en lunes para ir ajustando las medidas como se ajusta, qué sé yo, la sisa de una manga o el tiro de un pantalón. Labor de sastre, como les dije.