LA ayuda se servía en copa de balón. De balón de oxígeno, quiere decirse. Porque ha bastado que el Ayuntamiento de Bilbao dijese aquello de "la siguiente la pago yo" para que el personal se hacinase en una morrocotuda cola virtual, no queda muy claro si por la ganancia que ello les reporta o por echar un cable a Manolo, el del bar de toda la vida. Es probable que se crucen ambos intereses pero esta política samaritana, a tener mucho en cuenta, conlleva dificultades de este tipo. Entre los justos de corazón y los aprovechados han atascado la caja a la que se permite meter mano en menos de dos horas.

Como cada una de las personas interesadas conoce bien a su vecindario, el personal se ha lanzado a degüello, "no vaya a ser que me quede sin". Eso ha provocado la avalancha, un alud de ¡clics! para darse de alta. En algunas de esas páginas que se utilizan como buzón de quejas o sugerencias -y en no pocas ocasiones, como vomitorio...- he leído mensajes del tipo "Tres horas llevo ya con la pantallita de Estamos atendiendo un elevado numero de peticiones en el sistema. Permanezca a la espera y me parece que es más fácil que te toque la loteria de Navidad que sacar un bono de 10 euros." ¡Cuánto sufridor y cuánto ocioso! Porque hacer guardia de tres horas para ahorrarse diez euros en una consumición es algo insólito. Me da que no salen las cuentas, pero en fín.

Lo preocupante, tras detenerme cinco minutos a leer las quejas, es que la gente está convencida de que la ayuda es para, qué sé yo, los acertantes de la bonoloto. Esos mensajitos en los que puede leerse "no conozco a nadie que le haya tocado" (¿Tocar qué, cariño...?) o "se lo han repartido los de siempre" (¿Que son quiénes, mi amor...?) nos demuestran que, uno por uno, la inmensa mayoría somos ángeles celestiales pero en manada o rebaño son, somos, justo eso. Borregos.