O juzgue nada por su aspecto, sino por la evidencia. No hay mejor regla", nos dijo Charles Dickens, como si desde el pasado le quisiese dar la razón a la fiscalía, que acaba de apoyar la decisión del Gobierno vasco de puntualizar que no debiéramos juntarnos más de seis para minimizar los riesgos de contagio. La razón. Es una de las más preciadas posesiones una vez cubiertas las necesidades humanas básicas que, contra lo que piensan algunos, no son infinitas porque están constantemente cambiando; varían de una cultura a otra, y son diferentes en cada período histórico. Con indiferencia del modo en que se persigue, podemos decir que las necesidades fundamentales son la subsistencia (salud, alimentación...), protección (sistemas de seguridad y prevención, vivienda...), afecto (familia, amistades, privacidad...), entendimiento (educación, comunicación...), participación (derechos, responsabilidades, trabajo...), ocio (juegos, espectáculos...) creación (habilidades, destrezas...), identidad (grupos de referencia, sexualidad, valores...) y libertad (igualdad de derechos...). Ahí se resume todo.

Lo que les decía, cubierto ese camino, que no es corto, el ser humano anhela tener razón. Es el divino tesoro de las civilizaciones. Equivale a la imposición por las ideas antes que por la fuerza, a la victoria de lo que uno piensa. Antes de que uno se embote en el dictado de sus pasiones y los deseos, la razón parece llamada a orientarnos por mejor camino. Y digo parece porque surge una pregunta en esa pugna entre lo correcto y lo deseado: ¿qué y cuánto pueden conocer el entendimiento y la razón, independientemente de toda experiencia? Sí, parece lógico pensar que seis es menos peligroso que diez, pero solo el tiempo nos lo dirá. De momento, la filosofía nos sirve para charlas de taberna o en esta columna. La ley dicta sentencia y sanseacabó.