ÁS allá de la investigación científica a tiempo completo que tiene a los especialistas con la lengua fuera en pos de la vacuna, llevamos un tiempo escuchándolo: la otra solución pasa por Sherlock (Holmes, por supuesto) y todos y cada uno de nosotros, con la responsabilidad a cuestas. Y les recuerdo que pesa un quintal. Sin ir más lejos, a Michael Jordan se le escuchó soltar, en pleno reinado, aquella sentencia tan dura. "Tengo miedo de perder con este apellido", dijo. De otra manera pero con el mismo sentido, el viejo Góngora nos recordó que el mayor fiscal de cada uno es uno mismo.

Les recuerdo que cada cual es cómplice de lo que le sucede: la desgracia entra por la puerta que le has abierto. Es por ello que nos advierten constantemente como las madres de antaño y supongo que las de hoy: esa puerta, que hay corriente.

¿Qué ocurre entonces? ¿Por qué hace falta repetirnos ese mantra una y otra vez? Porque las personas suelen tratar los problemas colectivos como si fueran la responsabilidad de otros, como si el asunto no fuese con nosotros. Qué mal nos han informado, qué equivocadas están las medidas tomadas, qué cabrón aquel que lleva la mascarilla caída. Eso lo vemos a la primera; lo nuestro... ¡uf!

Aquel hombre que tanto se dedicó a pensar sobre sus congéneres, Jean Paul Sartre, la clavó cuando dijo que el hombre nace libre, responsable y sin excusas. Qué poco nos gusta escuchar que el escudo es una cuestión propia, que no es suficiente con señalar al culpable sin hacer una revisión de tus actos. Claro que, viceversa, también se puede decir que a los gestores les viene bien señalar al otro: al del botellón, al viejo sin defensas, al que se quita la mascarilla o al que se junta y se besa sin cautela alguna. Siempre y todos mirando al frente, nadie (o casi...) mirando al interior.