CERCÁNDOSE, a cámara lenta, a la fecha de la liberación, viene a mi memoria el beso, símbolo universal de las celebraciones. El 14 de agosto de 1945 el entonces presidente de Estados Unidos, Harry S. Truman, se dirige a los ciudadanos para anunciar la rendición incondicional de Japón y el fin de la Segunda Guerra Mundial. La gente sale a la calle en Times Square para celebrarlo, y allí, en medio de la algarabía generalizada, un marinero agarra a una joven enfermera distraída y la besa con pasión. En ese mismo instante el fotógrafo Alfred Eisenstaedt capta la que probablemente es la foto más famosa que jamás se ha hecho de un beso. Todo un icono.

En 1939, otro fotógrafo, callejero y autodidacta, Robert Doisneau, se alistó en el ejército francés y colaboró con la resistencia, documentando la ocupación nazi y la liberación de su ciudad, París. En 1950 la revista estadounidense Life Magazine buscaba fotografías de parejas besándose por París para ilustrar un número especial que quería mostrar la ciudad del amor después de la guerra mundial. En un reportaje de seis instantáneas aparece la fotografía conocida como Beso frente al ayuntamiento o simplemente El beso, la más conocida de este gran fotógrafo. No fue, hasta 1986, cuando un editor decidió hacer un cartel con ella en formato apaisado, recortando el formato de seis por seis centímetros del negativo original. Su publicación fue un éxito instantáneo, dando la vuelta al mundo como un icono del amor y la libertad en el París de la posguerra.

Ya en 1993, con Doisneau con 81 años, se vio obligado a revelar que la fotografía fue un montaje y que los amantes eran dos modelos contratados. Aunque la foto sigue cautivando, ahí se rompió la magia. Hoy, cuando las puertas se entreabren poco a poco, ya sabemos que no habrá beso. No puede haberlo. Está prohibido besarse en la calle. Adiós a la magia.