BASTA con desempolvar alguna de las fotos en color de la última gabarra surcando la ría, ahora que el Athletic vive, vivimos, en la pura ilusión de la Copa, para comprobar el color de aquellas aguas y sentir un escalofrío. Aquella ría era un peligro público. Me estoy acordando de Agustín Guisasola y su caída al agua, al intentar embarcar en el Marítimo. Yo soy él y me voy directo al hospital para una desinfección completa. También uno puede recordar, con el estómago bien asentado, eso sí, aquellos días calurosos de agosto y los efluvios que emanaban de aquellas aguas. El olor era nauseabundo, dicho sea para que tengan noticia las generaciones más jóvenes de lo que fue la ría.

Hoy es otro cantar aunque no albergue, en su fauna, sirenas que canten. Todavía no. Por su cauce no baja un agua cristalina, ya lo sé. Pero el asunto ha mejorado de tal manera merced al plan integral de saneamiento del Bilbao Metropolitano que uno pediría a los creadores de ese proyecto que me diseñen un plan de jubilación o, lo que es lo mismo, un proyecto para llegar a fin de mes sin apuros.

Cantados ya los aleluyas es preciso puntualizar algún pequeño detalle. No todo es jauja. Queda aún un 5% de vertidos descontrolados al cauce fluvial. Dirán, los más optimistas, que visto lo que fue lo que es hoy apenas es una menudencia. Hay que tener cuidado con los porcentajes en estos peligros. El número de personas afectadas, por ejemplo, por el coronavirus y el aire que contamina es insignificante. Con todo, ya ven: la OMS pide al mundo que se prepare ante una "posible pandemia". Lo dicho, el porcentaje es minúsculo pero la decisión de la Agencia vasca del Agua de trabajar con el máximo esfuerzo sobre ese leve descontrol es una apuesta a lo grande. El medio ambiente, como tantas veces con retraso en una Humanidad lenta de reflejos, se ha convertido en un tesoro que se cuida como jamás antes se había hecho. A la lucha se suman el Consorcio de Aguas Bilbao Bizkaia y los ayuntamientos donde se han detectados esos vertidos, tan clandestinos como las botellas de whisky en los años 20 en Estados Unidos, allá en plena Ley Seca. Entre todos van a dejarse la piel. Es algo digno de aplauso. Lo que se preguntarán los más exquisitos, los más exigentes, es qué van a hacer con la piel que se dejen, cómo la van a reciclar. Crucemos los dedos para que no la vuelquen por los puentes.