LA tierra envejece y por el mal uso que le hemos dado sus habitantes le duelen todos los huesos. Otros huesos, bien distintos, los que dan forma al armazón del ser humano, empiezan a acusar los rigores climáticos a partir de cierta edad o, lo que es lo mismo, se entumecen y se llenan de achaques cuando hace frío y ruegan por el calor de una mantita eléctrica o una calefacción central a todo gas. Quiere decirse, con esta reflexión, que los dos retos que maneja el gabinete de Unai Rementería como esenciales son reversibles, como aquellas chupas que hicieron fortuna hace unos años. Ambos desafíos lanzan un pulso a cualquier gobierno.

En cualquier caso, la dificultad más dura no son las zancadillas que aparecen en el camino (es curioso, el buen uso de nuestro cuerpo alarga su naturaleza y el mal uso de la naturaleza encoge su esperanza de vida...) sino la creación de empleo. Ahí es donde la Diputación ha puesto el acento, en la necesidad de que los supervivientes encuentren una tarea que hacer y un modo de subsistencia. Ahora que somos más pero en peores condiciones de uso nos va dar más trabajo. Es necesario, por supuesto. Pero dicho así suena raro, no me digan que no.

Puestos ya en serio, lo explicado por Unai Rementeria obedece a un mandato que la sociedad encarga a sus dirigentes: mejóranos la vida. En verdad, gobernar para las próximas generaciones, o para las próximas elecciones, es lo que diferencia al estadista del político y el común de los mortales preferimos lo primero pero miramos a la corta, a lo segundo.

De la misma manera que curiosamente los votantes no se sienten responsables de los fracasos del gobierno que han votado, hemos de tener cuidado si los gestores nos piden que no seamos exigentes con sus propuestas. Sería algo recíproco. O reversible, como decíamos antes. Lo certero es pedirles que hagan lo que puedan y que lo hagan bien. Sobre el papel, el plan presentado viene a decirnos algo parecido. Esperemos con confianza.