LA orografía de Bizkaia equivale, para las infraestructuras, a los elementos de los que dicen que dijo Felipe II (al parecer nada de eso se dijo...) para justificar la derrota de la Armada Invencible. Vamos que el sube y baja de las montañas y los ríos son pura tempestad para las construcciones de carreteras, trufadas de túneles, puentes y curvas sinuosas para esquivar tanta dificultad como les sale al paso. Se presenta ahora otro desafío: burlar el cauce del Nervión para conectar las dos orillas. Y ya están en buca de soluciones.

No serán 20.000 leguas de viaje subamarino sino tres kilómetros de viaje subfluvial, pero sí cabe invocar a la imaginación del genial escritor francés, Julio Verne, para hablar de esta obra morrocotuda dado que, a falta de un Nautilus por barba, va a permitir a los coches emprender ese viaje bajo las aguas. Tiene algo de mágico y un aire de venganza una obra así. No en vano, fue el propio Julio quien nos recordó que el mar y los ríos no pertenecen a los déspotas. En su superficie, aún pueden ejercer sus inicuos derechos, pelearse, devorarse y transportar todos los horrores terrestres, pero a treinta pies de profundidad, su poder cesa, su influencia se extingue y su imperio desaparece. ¡Qué sensación de alivio, no me digan que no!

Puestos a pensar en esta magnífica obra vamos a ahorrarnos alguos sudores. Dejémosle de nuevo al propio Julio Verne que opine con esa clarividencia que brotaba de su imaginación. "No hay obstáculos imposibles; hay voluntades más fuertes y más débiles, ¡eso es todo!", dijo. Visto lo visto, quienes nos gobiernan en estos asuntos tienen una fuerza de voluntad soberbia. Han encontrado la solución y la salida, una manera de destar el nudo gordiano del tráfico rodado. Tiene un gran mérito.