VIVIR es andar sin prisa, contemplando las cosas y prestando oído a las cuitas ajenas. Es sentir curiosidad y compasión, no decir mentiras, compartir con los vivos un vaso de vino o un trozo de pan, acordarse con orgullo de la lección de los muertos, no permitir que nos humillen o nos engañen, no contestar que sí ni que no sin haber contado antes hasta cien. Vivir es saber estar solo para aprender a estar en compañía. Y vivir es explicarse y llorar. Y vivir es reírse. Valga esta definición en carne viva que leí ni recuerdo ya cuándo para explicar la filosofía que subyace en la idea del coche colectivo. Una filosofía de vida.

Quienes formamos parte de una familia cercana sabemos que el mejor legado de un padre a sus hijos es un poco de su tiempo cada día. Otro tanto viene a ocurrir con esta idea: ganar un pedacito de tiempo, un pedacito de aire limpio, un pedacito de amistad con quien compartes. Car-sharing llaman ahora a la idea del coche compartido o colectivo. No es una idea nueva. Antaño fue la solución de los pobres (había obreros que se apiñaban en un 124 a nosecuántos en coche...) y recuerdo mis años de universidad (hace tantos años ya...) en los que subía a Leioa mediante ese medio de transporte con algún, algunos, compañeros de clase. ¡Ay aquel día que se sumó a la travesía un chaval de Medicina para meter en el coche un esqueleto de plástico de escala humana para sus prácticas y nos pararon a la entrada uno de los innumerables piquetes! Las caras de susto eran morrocotudas y el descojono en el interior, de similar tamaño. Aquellas historias de ayer vuelven al presente. Se ahorra como entonces, sí. Pero también se defiende el medio ambiente, la economía circular y un estilo de vida más cercano al prójimo. Lo que les decía en los comienzos: una filosofía que hace del vivir un verbo más apacible, menos tenso y duro.