DÁBASE por muerta toda esa zona de Zorrotzaurre cuando la partió el rayo de la reconversión industrial y las cenizas cayeron en el olvido.

A nada que alguien gaste cierta edad ya, resulta asombroso ver como florece una vanguardista primavera en aquel suelo asolado por el duro invierno. Es casi una resurrección. O al menos el milagro de andar sobre las aguas.

Los últimos años se ha venido anunciando otra suerte de reconversión, la de la tierra baldía en tierra fértil. Van a construir, van a levantar, van a venir... Todo eran palabras y pasaban los días, las semanas, los meses y hasta los años. Ahora el anuncio ya se aproxima a la realidad: al menos van poniendo fecha de partida para ese largo viaje a la fantasía del siglo XXI, el Bilbao moderno. Se sabe ya que en la primavera de 2020 será tallado el mascarón de proa, la primera urbanización, las primera plazas y calles de la isla. Mascarón de proa, digo. Su uso fue muy generalizado entre los siglos XVI al XIX en los galeones que surcaron los mares. Paulatinamente fue desapareciendo con la irrupción de los buques de acero de la Primera Guerra Mundial. Era una seña de identidad de los navíos en aquellos tiempos, donde la alfabetización de los pueblos reinaba por su ausencia. Es de esperar que el nuevo Zorrotzaurre se reconozca también por estas primeras edificaciones. Si salen resultonas animarán el cotarro, como acostumbra a decirse.

Más pronto aún se anuncia el estreno del depósito de la grúa que hoy levanta la persiana en Punta Zorrotza, allá en el último rincón de la trastienda. Se diría que el nuevo depósito equivale al trastero donde todo se amontona, allá donde Cristo dio las tres voces. Los usuarios y usuarias malacostumbrados van a dar alguna que otra más cuando vean hasta donde han de ir para recoger sus vehículos. Se lo pensarán mejor para la siguiente.