LA ilusión por los zapatos nuevos contrastó con esa sensación de necesidad, esa carencia de una brújula que le oriente a uno, que le saque del laberinto y le ponga en camino sin que se pierda en la búsqueda. Era lo lógico. Que uno se enmarañase y se viese desorientado en un nuevo paso a estrenar que lo mismo despierta la expectación que le despista a uno. En uno de esos ensayos de a pie de calle de los que uno es aficionado pude comprobar uno de esos despistes: el gentío arremolinado y apretujado bajando a pie por una estrecha escalera y unos metros más allá, las escaleras mecánicas casi vacías. En apenas un puñado de días cosas así se corregirán.

Cantadas todas las alabanzas de unas obras morrocotudas permítanme sacar del zurrón de las quejas alguna protesta. La más mayoritaria fue la más previsible: el tapón que pueden formar las máquinas canceladoras en los días de alta afluencia. Hasta que el pueblo no se haga con el hábito mucho me temo que se producirán innumerables colapsos. A la hora de expender los billetes, sospecho, tendrán que añadir un tique de paciencia y un segundo de orientación. De aquí a un año, siendo exagerados, veremos todos estos problemas con hilaridad. Cómo éramos tan ingenuos, diremos. Seguro.

La primera vez. Ese es un desafío que a veces se teme y otras se aguarda con los nervios de la expectación. Recuerdo la historia de una pareja que, intuyendo que aquel era el día, se engalanaron uno para la otra y viceversa para cautivarse. En un cuarto de hora ambos estaban en pelotas.

Perdida la virginidad de uso de Bilbao Intermodal en un santiamén o un periquete la población va a acostumbrarse. En apenas unos días ya se habrán olvidado los nervios, los balbuceos y los tembleques. Uno se lanzará a tumba abierta y... ¡zas!