NO cabe tararear la vieja canción infantil, primero porque no es el patio de mi casa y, por tanto, no es particular sino, como bien pueden leerlo, municipal. Les hablo del proyecto Haurgune que, según lo describen sus impulsores, se trata de una sucesión de espacios de juego y de relación entre iguales, donde los más pequeños y pequeñas aprenderán a divertirse en equipo y de forma cooperativa. Lo que les dije, el patio de toda la vida.

¿Quién pudiera volver, quién sentirse de nuevo niño en el patio? Era, uno lo descubre años después, el Nirvana, no entendido como la banda roquera de Kurt Cobain, sino como el estado de ánimo más cercano a la felicidad absoluta, una vez liberados de todo sufrimiento.

Puestos en marcha, estos espacios están diseñados como espacios flexibles, que se adaptan con facilidad a las diferentes actividades. Entre ellas, las de psicomotricidad, donde se utilizan pelotas y aros, y los juegos de construcción y arrastre. Cuando se realizan escenificaciones teatrales el espacio se transforma, despejándolo de mobiliario. Un espacio a campo abierto. Digamos, junto a Eric Hoffer, uno de los grandes filósofos del siglo XX, que es el niño, en el hombre, la fuente de su originalidad y creatividad. Y el patio de recreo, el medio óptimo para el desarrollo de sus capacidades y talentos. ¿No coinciden con la descripción? ¡Qué envidia!