EL agua es la fuerza motriz de la naturaleza, una suerte de cielo bajo nuestros pies, tanto como sobre nuestras cabezas. En verdad, la poesía de la tierra no muere jamás, por mucho que el ser humano se haya despegado de sus versos. El agua y la tierra. O el río Ibaizabal, que se agranda a su paso por Galdakao y la apuesta por el regreso de la juventud a la agricultura y la ganadería, a la madre tierra, facilitándoles las cosas, reduciéndoles los costes a la juventudo que apueste por ganarse la vida en el primer sector, una misión tan ardua como gratificante.

¿Se impone el regreso a los viejos tiempos? No sé si tanto, pero sí es verdad que las viejas enseñanzas de la naturaleza, arrinconadas en el baúl de los trastos de la memoria, son últiles incluso en épocas tan electrodomesticadas como la actual. Al fin y al cabo, la naturaleza es un libro siempre abierto para todos los ojos.

El transcurrir de la vida nos enseña que podemos desafiar las leyes humanas, pero no podemos imponernos a las naturales. Esta realidad propone la búsqueda de una armonía, de una consonancia entre el ser humano y la tierra que late bajo sus pies y sobre su cabeza. Quizás sea tarde para nosotros, los renegados de una vida a cielo abierto y sincronizada con los ritmos de la tierra. Por eso suena también la propuesta: porque la juventud aún esta por hacerse.

Como en la vieja película de mediados de los 80, la propuesta suena como un Regreso al futuro. Al fin y al cabo, los nativos americanos nos dejaron una lección al respecto: no heredamos la tierra de nuestros ancestros, la tomamos prestada de nuestros hijos. Lo que se pretende es devolver parte del préstamo. Y sin con ello se consigue que un puñado de hombres y mujeres se ganen la vida como antaño mientras custodian el tesoro, la idea será redonda.