U aparición, con alma africana, fue la de un cazador: veloz como las presas que persigue (los balones en largo, en este caso...) y letal, según cantaban en las tribus del fútbol. Su aparición en el Athletic, donde tan lejos queda el viejo continente negro, se celebró como una victoria sobre los contratiempos. No en vano, la historia se ha repetido una y mil veces. Sus padres se conocieron en un campo de refugiados en Accra (Ghana), por los designios de la guerra y comenzaron su éxodo que, azares del destino, les llevó a Barakaldo, en Bizkaia, en 1994. Ese es el pasaporte que le permitía moverse en la manada de los leones con un apellido, Williams, que sonaba como heredero de aquellos otros, tan británicos, de los albores del siglo XX, cuando el Athletic se forjaba con aquel espíritu inglés. Evans, Langdford, Davies, Mac Lennan... y un puñadito más. Pero su árbol genealógico no toma el té a las cinco de la tarde. Encaja mejor con la letra de aquella canción del grupo Zarama que decía algo así como "Iñaki, ze urrun dago Kamerun". La lejana África de sus ancestros.

Ese fue el toque exótico de los primeros tiempos. Esa historia y la constatación de que Iñaki corría como nadie, como si llevase alas en las botas. El paso del tiempo fue ahormando su juego, siempre bamboleándose entre grandezas y polémicas. Que si era un hombre de banda o de gol (las cifras no han sido nunca mayúsculas...); que si mueve al equipo hacia arriba y ha jugado con todos los entrenadores que le han guiado en Primera o que ha gozado de más oportunidades que nadie. Williams siempre en el horizonte del Athletic. Tanto, que ahora se encuentra a un paso de encadenar la más prodigiosa racha de partidos jugados que jamás se ha visto en la Liga. Iñaki Williams ha superado todas las barreras, siempre con voracidad en el alma y velocidad en los pies, siempre sintiendo el Athletic como una familia. Los números dirán lo que digan. Iñaki sigue, sigue y sigue.