Parece que hace siglos de la decisión de los socialistas navarros de enfrentarse a cualquier relación con “los vascos”, en la terminología del navarrismo más cerril. Sin embargo, tras la muerte de Franco y legalizado el PSOE se creó el Partido Socialista de Euskadi como federación vasco-navarra del partido; aunque en 1982 los socialistas navarros tomaron la decisión de crear su propio partido y separarse de sus compañeros “vascos”. Analizando a distancia las razones, podrían tenerse en cuenta factores como la falta de apoyo de los nacionalistas a la Constitución, el ascendiente de la UGT sobre el partido en Nafarroa, el terrorismo de ETA en el territorio foral y quién sabe si algunos excesos de imagen expansionista cometidos en aquella Marcha de la Libertad en 1977.

Lo cierto es que a partir de 1982 las sucesivas direcciones del PSN han caminado de la mano de la derecha extrema navarra, UPN, con alguna efímera excepción como fue aquel Gobierno tripartito (PSN, CDN, EA) dinamitado por las cloacas de UPN y del propio PSN antes de cumplir un año con el pretexto de haber osado aprobar un Órgano Común Permanente con la CAV. Pecado nefando insoportable para el navarrismo rampante compartido por algunos cuadros sindicalistas y barones supuestamente ilustres del PSN ansiosos por medrar a la sombra de UPN. El terrorismo sobre todo, y el fantasma establecido de un nacionalismo vasco imperialista que pretende integrar a Nafarroa en la CAV, han venido siendo el pretexto para rechazar cualquier acercamiento al espacio vasquista, por otra parte cada vez más asentado en Nafarroa.

Y así ha ido deambulando el socialismo navarro, cada vez más segundón, más paniaguado, vaciándose de votos a chorros hasta llegar a ser prescindible a la hora de formar gobiernos alternativos al régimen de UPN. Una historia negra de subordinación al interés electoral del PSOE, que le obligaba a renunciar a cualquier decisión de progreso que pudiera ayudarle a remontar su penoso declive político, si en esa empresa tuviera que contar con la confluencia de fuerzas nacionalistas vascas en los tiempos más duros y con la izquierda abertzale legalizada en Bildu en los más recientes. El PSN se obligó o fue obligado a renunciar a gobiernos progresistas, a desistir de la moción de censura contra UPN, al agostazo, al marzazo, forzado por disciplina a resignarse al furgón de cola parlamentario.

Hasta que llegó María Chivite, que esta vez contó con el soporte de Santos Cerdán, hombre de confianza de Pedro Sánchez, para no desperdiciar la oportunidad de devolver el prestigio político al socialismo navarro. Absuelta por Ferraz del pecado nefando, no le tembló el pulso a la hora de formar Gobierno con los nacionalistas de Geroa Bai y fiar en la abstención de Bildu -el Maligno- para su investidura. De aspecto frágil y quebradizo, María Chivite afrontó con coraje su nueva condición de “capacico de las hostias”, según el hablar navarro, y bien que las recibió desde el minuto cero. El vendaval político y mediático se cebó en ella señalándola como pecadora máxima, cómplice de terroristas y barragana de los enemigos de España.

Perdió María Chivite el miedo escénico y tiró para adelante para ejercer la política de verdad, a pesar de que sobre ella continúen lloviendo improperios e infamias, a pesar de que la sigan juzgando como gran pecadora, a pesar de que se le siga sometiendo a lapidación cada vez que quebranta el precepto no escrito del anatema a Bildu.

Ha vuelto a pecar María Chivite y ha vuelto a desatarse la histeria. Ha vuelto a pecar, y menos mal, porque no ha excluido a Bildu de la ronda con todos los partidos con representación en el Parlamento foral. Ha vuelto a pecar, y felizmente, porque ha respetado con normalidad la realidad plural de Nafarroa. Ha vuelto a pecar, y muy bien hecho, porque no está dispuesta a seguir alimentando la hipocresía de ocultar unas relaciones políticas y humanas que se mantienen con normalidad en el día a día.

Y es que, por si aún no se han enterado los que ladran, Bildu, o EH Bildu, o Sortu, o EA, o Alternatiba, son formaciones políticas legales, que aceptaron la Ley de Partidos y gozan de todos los requisitos constitucionales para ejercer en las instituciones. Y ya va siendo hora de acabar con la consideración de pecado nefando imputado contra quienes dejen de tratarles como apestados.