Quienes lo vivieron, lo contaron. En aquel Madrid del No pasarán, cuando las tropas golpistas acabaron con la gesta de resistencia que protagonizaban los residentes en la capital, el Ejército fascista desfiló arrogante entre las ruinas. Fue entonces cuando pudo comprobarse la amarga realidad de la que fue denominada como quinta columna, aquellos miles de individuos que salieron quién sabe de dónde para recibir entre vítores, aplausos y saludo fascista a las divisiones armadas que habían aplastado a sangre y fuego la entereza del pueblo de Madrid. La sublevación fascista había acabado con la resistencia democrática y la quinta columna aclamaba la victoria. ¿Dónde se habían metido hasta entonces? ¿Dónde habían permanecido agazapados? ¿Dónde quedaban aquellos puños en alto con los que disimulaban su afiliación golpista? Estaban allí. Siempre habían estado allí.

Eran muchos, miles, una multitud encubierta que mientras las clases populares defendían la República en las barricadas llevaban una doble vida clandestina para infiltrarse, obtener información, preparar evasiones hacia la zona franquista. Personas anónimas que tras salir del armario se dedicaron a la delación, a la venganza o a ocupar altos cargos en el nuevo régimen. Así fue la quinta columna.

Resulta curioso que esta habilidad del disimulo y el encubrimiento se haya repetido ochenta años después con la salida del armario de esa quinta columna agazapada durante tanto tiempo en el Partido Popular, que finalmente se travistió en Vox. Era evidente que durante todos estos años, una vez disuelta aquella Fuerza Nueva de Blas Piñar, la ultraderecha española seguía viva y se había ocultado en el saco sin fondo del PP. Quizá una cierta ingenuidad sociológica imaginó que ese reducto de extrema derecha pudiera haber asimilado los más básicos principios de la democracia, pero no. En la misma medida que el PP que los acogió se fue degradando en corrupción y pérdida de poder, la quinta columna salió de su madriguera bajo el amparo de otro caudillo visionario, Santiago Abascal.

De acuerdo con los antecedentes históricos, Vox ha entrado en el juego de los partidos democráticos como en su tiempo lo hicieron el partido nazi o Falange Española y de las JONS. Y en contradicción, sus líderes ya han advertido de que con ellos comienza una nueva transición para acabar con el “régimen de la partitocracia”, según amenazó su portavoz Javier Ortega Smith. Enardecida por la repercusión mediática de sus primeras comparecencias públicas, esta quinta columna abandonó sus madrigueras con intención de ser protagonista del triunfo de la derecha extrema que se auguraba antes del 28-A. “Me encanta el olor a pánico progre por las mañanas”, vaticinaba Iván Espinosa de los Monteros, otro de sus centuriones, añadiendo que gracias a ellos, a Vox, se sentía ese pánico.

Entre bravuconadas, reconquistas e improperios, el profeta, el caudillo de esta quinta columna anunciaba un nuevo amanecer neofranquista en el que, para empezar, quedarían derogadas todas las leyes e instituciones relativas a la inmigración, la memoria histórica o la violencia de género. Y aquí tenemos, travestido de Don Pelayo, al nuevo paladín reaccionario dispuesto a tutelar con mano de hierro el retorno al totalitarismo. Y echando mano del fuego amigo, al caudillo Santiago Abascal lo ha dejado bien definido su colega Pablo Casado: “Ha estado cobrando de fundaciones, chiringuitos y mamandurrias a cuenta del PP hasta antes de ayer”.

Los ultras de la extrema derecha siempre han estado ahí, en el PP, hasta la derrota fulminante del partido que la cobijaba. Y ahora sabemos que suman 28.062 votos en la Comunidad Autónoma Vasca y 17.660 -nada menos- en Nafarroa. No vamos a decir que haya sido una sorpresa como lo fue la quinta columna para los supervivientes madrileños, pero al menos sabemos cuántos suman, que no son pocos y que están entre nosotros. Mejor así, que vayan dando la cara, que enarbolen sus banderas y sus fanfarrias pero que se arriesguen de una vez a confrontar la rivalidad democrática. Sabemos cuántos son y sabemos que esta vez están muy lejos de ser los vencedores. De momento.