UALQUIERA diría, escuchando a los líderes emergentes y amortizados del Partido Popular, que arrastran el estigma del hambre en sus mentes. Ayer mismo, Isabel Díaz Ayuso, que ya dejó claro que se puede ganar el voto popular a golpe de caña de cerveza bien tirada, mostró su preocupación porque Pedro Sánchez le prohiba comer chuletón. La verdad es que la ocurrencia venía traída de los pelos y era fruto evidente de su experiencia electoral reciente, que les ha convencido a ella y a su asesor exitoso, Miguel Ángel Rodríguez, de que al ciudadano se le gana por el paladar. Ese proceso lógico llevó a la presidenta de la Comunidad de Madrid a reivindicar al chuletón cuando criticaba el plan España 2050 de Sánchez. Sus lagunas, que las tiene, no parecen gastronómicas, pero la insistencia con la que en el PP se alude al disfrute del paladar al margen del contexto es recurrente. Podríamos empezar por el célebre "¡viva el vino!" de Mariano Rajoy, que siempre ha sido un político poco exultante en lo etílico -y en casi todo-. Pero no sería justo porque en la dedicación al elixir de Baco le precedió ya José María Aznar cuando, en un alarde más propio de un machote ibérico acodado en barra de bar, se dejó decir que quién le iba a decir a él cuántas copas de vino puede o no beber. Ocurre que el reproche lo dirigía a la Dirección General de Tráfico por sus campañas contra la siniestralidad en las carreteras pero se vino arriba al recibir un premio de los viticultores. Ese síndrome de Estocolmo ya tenía precedente cuando George W. Bush le pegó el acento a las dos horas de estar juntos en su rancho de Texas. En resumen, que Ayuso podría haber criticado el plan de Sánchez ofreciendo programas alternativos sostenibles con la rebaja de impuestos que propugna, pero eso hay que currárselo. Es mejor seducir al votante con un buen villagodio regado con reserva. ¡Qué bien nos conoces, ladrona!