TENGO delante un buen puñado de borrones. Admito que he emborronado papeles pensando en cómo expresar, con la debida cautela y respeto, las sensaciones que me deja la dimisión de Jon Darpón. Es lastimoso que a las decenas de miles de examinados en las OPE de Osakidetza se les pretenda convencer de que sus sobresalientes son regalados y sus suspensos fruto de una conspiración. Es lo que nos repiten a los ciudadanos y es mentira. Centenares de profesionales que han participado en los tribunales y su configuración no merecen ese insulto. La generalización del discurso de partidos y sindicatos sobre la corrupción en el sistema vasco de salud es pura insidia. Hablando de sindicatos, echo en falta las voces de los que participaron en esta OPE de Osakidetza, acallados por los que le pusieron la proa desde el principio porque no hay pacto posible con la patronal. Aquí la patronal soy yo; es usted; es el conjunto de la ciudadanía que pagamos los servicios públicos. Lo olvidan y lo olvidamos porque es más cómodo culpar al gestor. Pero los propietarios somos todos. Insidioso es también preguntarnos por qué se va Darpón si lo ha hecho todo bien. Liquidar seis años de gestión sin flecos con una reprobación y la subsiguiente campaña de acoso hasta las autonómicas del año que viene es algo que el exconsejero no merece. Se entiende que, cuatro ofertas de dimisión después, a Darpón no se le haga pasar por el cadalso parlamentario a ofrecer a la oposición unas monedas, como hacían los nobles de antaño al verdugo, para que fueran precisos con el corte de hacha al humillar la cabeza. En la plaza jalean los que quieren hacerlo todo distinto. No mejor, que ya lo hemos experimentado.