No deja de sorprenderme que en esta época de cada vez mayores diferencias sociales y económicas una buena parte del electorado mundial se inclina por la plutocracia –gobierno de los más ricos– como si estos tuviesen los mismos intereses que sus votantes. Lejos de la desesperanza ellos ven un augurio de buenaventura. Bienvenidos los inocentes. Los ricos siempre han gobernado el mundo, pero ya no lo hacen desde el anonimato, ahora han pasado a la primera fila.
Quedan tan sólo unos pocos días para que el elefante entre en la cacharrería. Es decir, el presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, tomará posesión de su cargo el próximo día 20 de este mes. Hacer cábalas sobre lo que pueda pasar en adelante se lo dejo a ustedes: a mí se me estropeó la bola de cristal hace tiempo. Ahora bien, el desvarío que llevamos viviendo estos últimos tiempos, y no sólo en los Estados Unidos, es de proporciones colosales. Definitivamente, hemos perdido toda cordura.
Recientemente, en la sala de espera del dentista, leí que el próximo mandatario estadounidense, no descarta anexionarse el canal de Panamá y Groenlandia. Empezamos bien, pensé. Algo dijo también sobre Canadá y el Golfo de México. No hizo falta que el odontólogo me aplicase la anestesia; la traía puesta desde la salita. Salí de la consulta farfullando algunas palabras sobre Trump y su hasta ahora amigo, Elon Musk, pero nadie me entendió. Es verdad, que mi estado maxilofacial tampoco era el más adecuado para una correcta comunicación verbal. Ahora ya me he repuesto, gracias.
Sostienen algunos analistas que Elon Musk, que ahora se hace llamar Kekius Maximus, jefe supremo de una red de desinformación llamada con el enigmático nombre de X, representa el mayor peligro para la democracia. Junto con otros ricos colegas, mayoritariamente del campo tecnológico, ha sido la base financiera para la victoria de un delincuente. Musk, sudafricano de origen, es dueño de una fortuna de 426.000 millones de dólares según la compañía financiera Bloomberg, Me mareo nada más pensar en la cantidad de horas extraordinarias que ha debido meter este hombre en su trabajo.
Los poderosos siempre han dirigido el mundo. Les parece el orden natural. Cualquier concesión a las masas les solivianta. Por eso ahora Musk ataca sin disimulo a los gobernantes europeos que no le gustan, como a Keir Starmer del Reino Unido, y se alía con la italiana Giorgia Meloni, que le ríe las gracias y está dispuesta a dejarle el control de las comunicaciones de su país. El mega millonario está también, según los medios alemanes, financiando a la neonazi Alternativa por Alemania de cara a las elecciones de febrero. Musk se muestra solícito y sabe agradar el oído para conseguir sus objetivos. Nadie le dice que no a Elon.
Contaba Caballero Bonald en sus memorias de juventud que, el entonces rey de Jordania, Abdullah, de viaje en España, le prestó una atención muy especial a una guapísima bailarina a quien mandó invitar al final de la actuación. A través de un intérprete el monarca le recitó los poemas de amor más almibarados que conocía. La bailarina no sabía qué cara poner y ante el silencio que siguió al inspirado recital poético del soberano, contestó con una aclaración lapidaria: “Servidora no folla”.
Sería de esperar que la reacción de los líderes europeos fuese en línea con lo que proclamaba la sincera y contundente bailarina. No se atreven. En vez de mandar a Trump, Musk y otros secuaces a freír espárragos han decidido aguantar sus morbosas intenciones. Es más que posible que su actitud les pase factura. Trump ha construido su vida profesional y política tratando de chantajear y humillar a sus rivales. No conoce otra manera. Lo dicen hasta sus biógrafos más benevolentes que han seguido sus pasos entre el poder y el dinero.
Estamos inmersos en una sociedad que adora a los ricos, trata de imitar sus gustos, copia sus marcas y hasta se compadece de sus reveses. Ya no se trata de ser rico a secas, hay que serlo mucho. Uno de los factores claves en la elección de Trump es que es dueño de una considerable fortuna. Cómo la haya conseguido es lo de menos. Con el orgullo de clase perdido son los pobres o los de nuestra misma clase los que nos incomodan. Son ellos a los que juzgamos con mayor severidad mientras permanecemos indiferentes a la impudicia de estos megamillonarios, con sus yates y mansiones.
Hace unas décadas todavía, los ricos ricos no gobernaban. No les parecía una tarea grata. Se escondían en un imposible anonimato. Hoy, los superricos han pasado a primera línea y sin ningún complejo se ponen al frente de la política mientras presumen de sus obscenas finanzas y de su absoluta impunidad jurídica. Se decía en los medios estadounidenses que con cada acusación aumentaba el número de votantes de Trump.
Sólo me cabe pensar que un gobierno de super ricos nunca será un gobierno representativo de aquellos a quien dice representar. No reunirá a los mejores ni a los más justos o sabios; será simplemente un gobierno de depredadores. Elegidos, eso sí. por nosotros mismos. No me extraña que las franquicias de tecnoderecha, ultras para que me entiendan, se extiendan por el mundo. Demos gracias a Elon Musk y a Trump. Amén.