Así, de la manera más insospechada, hoy todo quisqui (o casi) sabe que el número 304 forma parte del código postal de un barrio obrero de Mataró. Es lo que tiene el fútbol, cuando sus grandes estrellas, como el caso de Lamine Yamal, convierten un gesto en un símbolo tras el que hay una historia. La del joven jugador catalán no es otra que ser hijo de migrantes marroquíes llegados en su día a tierras de Barcelona para dar a sus hijos la posibilidad de tener un futuro mejor. Y, hete aquí, que el chico les salió futbolista de primera división interplanetaria. Son curiosas las paradojas de la vida. Y vergonzantes en muchos casos por el contraste de distintas realidades. El mismo país, España, al que representa el hijo de un matrimonio marroquí, se enfrasca en un lamentable debate sobre el reparto de 350 menores extranjeros no acompañados de los seis mil –¡6.000!– arribados a las costas de Canarias. 5.664 personas votaron a Vox en Mataró en 2023. El discurso bien conocido, la migración trae delincuencia. No tengo duda de que esas mismas personas asisten con euforia a los éxitos de Lamal, ante quien tienen que callar sus gritos racistas, mientras comparten en la barra del bar que lo de Canarias es una vergüenza que no se puede permitir. No en plan buenismo mirando a las personas. No. Por lo que consideran una invasión de España de irregulares que no son más que niños y niñas de la edad de Lamal. Europa tiene un problema con la migración proveniente de África. Y España tiene un problema con su propia diversidad, olvidando que fue un país que migró en tiempos no tan pasados y que hoy está obligado a acoger con la misma solidaridad. Euskadi sabe bien de ello y puede presumir con hechos y números. Lamal volverá a Mataró y será aclamado por sus vecinos y vecinas, también por aquellos que, en su interior, creen que es un problema para España. Pero no se lo dirán. Pura cobardía ultraderechista.