Dice el archiconocido poema de Bertolt Brecht aquello de que los imprescindibles son los que luchan toda la vida. A los que por diversas flaquezas no podemos aspirar a semejante excelencia, nos quedan tareas más modestas a inconstante tiempo parcial y, eso sí, la muy noble práctica de admirar.
Por eso me alegra profundamente el galardón Baserritarron Laguna que el sindicato agrario ENBA entrega a Joxe Mari Zeberio el próximo viernes en Hernani: ondo merezita! El sindicato, en el marco de su ámbito, lo premia por “trabajar en favor del sector primario y muy particularmente en favor de un futuro digno para la agricultura familiar”. Y es muy justo que lo haga, pero con ser esto mucho el servicio de Joxe Mari Zeberio es aún más amplio.
Nacido en Ataun -“yo soy de Ataun”, te dirá si le preguntas-, gasteiztarra de adopción, crecido en Andoain, educado en Bilbao donde estudió economía en Sarriko, es un hombre de país y de mundo. Es de esos que no necesita elevar el volumen cuando toma la palabra, de esos que consigue un silencio atento con solo el gesto de comenzar a hablar, con voz serena que suma, afectuoso pero firme, convencido de lo que dice, entregándose en cada palabra tras haber escuchado y calibrado con ecuanimidad las posiciones de los demás. Es más largo en razones, en afectos y en acciones que en huera retórica, diríamos aumentando la vieja descripción de Tirso de Molina.
Desde sus comienzos profesionales se dedicó a la economía agraria. Lo conocí hace ya 20 años, cuando él lideraba el Foro Rural Mundial, que es hoy en buena parte gracias a su trabajo una red de 51 entidades de todo el mundo que representa a unos 35 millones de agricultores. Por aquel entonces tenía el fantástico e increíble proyecto de mover a la FAO y a la ONU en pro de la agricultura familiar en el mundo. Con su liderazgo alejado de protagonismo, donde compartir alianzas se convierte en un arte de multiplicar, se consiguió en 2004 que la ONU declarara el Año Internacional de la Agricultura Familiar y luego, como quien multiplica por diez su apuesta, la Declaración del Decenio de la Agricultura Familiar de 2019 a 2028. Estos reconocimientos tienen impacto y consecuencias directas favorables en la vida de millones de familias del campo en el mundo, al poner la agricultura familiar en la agenda internacional allí donde toca. Conocí ese proceso de cerca y puedo acreditar el enorme mérito de la empresa.
Zeberio ha defendido siempre, con visión social, la dignidad del quehacer político en democracia. Comenzó en su juventud, en tiempos convulsos, militando en Euskal Herriko Alderdi Sozialista (EHAS), que se integró luego en HASI. Pero abandonó aquellos espacios a finales de los 70 y ya, “como paso natural” según sus palabras, se integró en el PNV en el año 84.
Hace ya años que me regala periódicamente su tiempo y sus reflexiones, lo que es sinónimo, quiero creer, de amistad. Tiene el vicio de ser muy fiel seguidor de esta columna, que no iba el buen hombre a tener buen gusto para todas las cosas, digo yo.
Es euskaltzale, no en vano fue en su día viceconsejero de Política Lingüística del Gobierno vasco. Es demócrata, posicionado contra la violencia y contra la imposición, sereno defensor de la justicia y los derechos humanos: “la principal característica humana es la libertad”, le he oído decir en alguna ocasión.
Recupero en internet una entrevista que Txerra Díez Unzueta le hizo en Radio Vitoria hace unos pocos años titulada: José María Zeberio: una vida dedicada al euskera. Allí regala perlas como “la vida es incierta en sí misma: yo creo que el éxito vital está en gestionar bien las incertidumbres”.
Aquel día de radio lo era de Reyes, y en la entrevista comentó: “yo les digo a mis nietos que el mejor regalo que les hago es el cariño que les transmito”. También sabe transmitir ese cariño a sus amigos, yo doy fe.
Con su natural modestia quizá le moleste esta columna. Pretendamos por tanto que no es homenaje a él, que es un homenaje genérico a la amistad.