Mi curiosidad de periodista me lleva a preguntarme cómo sería ayer a puerta cerrada el encuentro entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. Qué se dirán y cómo será ese intercambio de ideas entre los máximos responsables políticos de esta o aquella institución me genera cierto interés morboso. En este caso, más. Porque, reflexiono, ¿cómo se entabla un diálogo con alguien que te acusa de denigrar el Congreso de los Diputados (y Diputadas) al nivel del 23-F? ¿O que comparte que seas un “hijo de puta” recibiendo una cesta de fruta de la mano de la propia creadora de la difamación? 2023 no ha sido un buen año en lo que se refiere al ejercicio de la política en el Estado. La escalada verbal, la hipérbole, el insulto barato y una constante barra libre sin consecuencias deja mal sabor de boca en un simple ejercicio de seguir un debate parlamentario. Parlamentar. Hablar. Dialogar. Construir. Qué fue de estos conceptos, pilares en sí mismos para construir una sociedad en valores. “Si continúa esta política de decir la cosa más fuerte, yo no pinto nada en política. No me sentiré útil. En el barro siempre gana el populista”. Fue la reflexión que dejó para la posteridad en 2020 el actual portavoz del Partido Popular, Borja Sémper, para justificar su salida del partido por el rumbo que la formación había tomado con Pablo Casado. Tres años después, lo que se decía entonces parece una broma con lo que se afirma hoy desde el mismo partido: “Pedro Sánchez debería irse de España en un maletero”, Miguel Tellado; “El peligro para España se llama Pedro Sánchez”, Cuca Gamarra; “El sanchismo quiere liquidar la España pactada en 1978”, Cayetana Álvarez Toledo. Qué se habrán dicho y en qué tono solo lo sabrán Sánchez y Feijóo. Mucho me temo que habrá sido un ejercicio de diálogo sin dialogar. A por el 2024.