Cuarenta años se cumplen de aquella riada que nos ahogó primero en agua y después en barro, escombros, amasijos de hierro y todo tipo de enseres. Una cuarentena de muertos. Los recuerdos son muchos: el drama, el horror, la impotencia ante la fuerza de la naturaleza, la preocupación por el futuro, la solidaridad
de todo un pueblo dispuesto a echar una mano en lo que fuera... También, claro está, los indeseables y ruines que se aprovecharon de la desgracia.
Y sobre todo, la capacidad de superación, la visión de que de las ruinas se puede optar por la oportunidad de levantar el futuro.