A él le leí por primera vez aquello de que uno puede cambiar de mujer o de casa, pero no puede cambiar de equipo de fútbol. Su nombre, ya lo saben, es Eduardo Galeano, seguidor del Nacional de Montevideo hasta la muerte y un hombre clarividente en cuestiones de fútbol. Recién escuchado a Ibai Gómez cómo tuvo ocasión de irse al Espanyol para seguir jugando al fútbol y cómo asegura que jamás se arrepentirá de su regreso al Athletic, donde vive en una jaula dorada sin poder dar rienda suelta a su pasión he vuelto a acordarme. No se puede cambiar de equipo de fútbol. A Ibai le gusta el deporte y le apasiona el escudo, que son dos cosas distintas. No se le oirá un reproche al Athletic. Pertenece a esa legión de quienes celebran, celebramos, las fiestas compartidas y comparten los naufragios, hombro con hombro, como si todos fuésemos hermanos de sangre. Es así como sienten el Athletic.

El caso es que Ibai no se fue. No le abrieron las puertas al mercado de invierno, un zoco donde lo mismo encuentra un goleador que da la hora justa durante media temporada que un central que se ajusta a las necesidades de un equipo al que tirotean domingo tras domingo. La letra pequeña de la historia del fútbol está repleta de asuntos así. Aquel que vino a la remanguillé y marco siete en media temporada, el portero de urgencia que lleva tres temporadas completas sin que nadie le tosa, un lateral que encontró su espacio.

Cuando Gaizka Garitno dijo no a la posibilidad de que Ibai saliese del equipo, algo tendría en la cabeza, más allá, digo yo, de la Copa por la que todos bebemos los vientos. Quizás, supongo, que tal vez su figura fuese una de esos refuerzos de invierno que te convierten los tramos de la fría temporada en una solead primavera. Ibai asume hoy esa dura lex del mercado futbolístico. Firmó un contrato y eso obliga.

E Ibai puso aquel balón de oro que peinó Iñaki Williams para tumbar en la Copa al gigante Barcelona en el último minuto. Es su especialidad, el toque. No tiene muchas de esas otras virtudes que exige Gaizka Garitano esta temporada. La apuesta del mato a muero en la Copa exige vértigo y él es un hombre más templado, es cierto. Ocurre, sin embargo, que en los dos últimos meses largos de competición en la Liga el Athletic se ha estrellado contra el muro de las lamentaciones del gol. Se escucha una y mil veces que el equipo, nacido para volar con las alas, centra en otras tantas ocasiones y que apenas rinden esos centros. A veces, por precipitados, en ocasiones, porque falta el rematador a su cita y en otras porque la calidad del toque no es la suficiente. Nueve partidos sin ganar y con una acusada sangría de gol. Ibai no parece el tipo revolucionario que arrastre a todo un pueblo, es cierto. Pero vistas las carencias vividas en estos días, cuando alcanzar la gloria del gol cuesta un quintal, quizás un balón bien puesto sea la chispa que encienda la rebelión, el punto de partida del despegue. Probar no cuesta nada.