EN estas fechas, más que nunca, cobra sentido esa vieja voz popular que dice que la procesión va por dentro -ojo, no confundir, como se acostumbra, con la profesión...-, aplicada a cualquier índole. Aprovechemos el paso de la paloma y hablemos del futuro inmediato del Athletic, que llega al Bernabéu en una fecha señalada, el domingo de resurrección. Si no lo han dicho ya pronto lo harán pero no es extraño, ante duelos así, que un vestuario minimice sus sentimientos. O por lo menos, no los exteriorice. “Son tres puntos como otros cualquiera”, es la frase al uso. Lo son, claro que sí. Pero solo en el lenguaje matemático.

Hay que recordar que el vestuario del Athletic se nutre del pueblo. Y que el pueblo no disimula, porque no quiere y porque no lo necesita, que el enemigo habitual, el dragón de todos sus cuentos, ha sido y es el Real Madrid. Tan verdad como que el aire de superioridad con el que el Barcelona se ha medido al Athletic en las últimas finales ha acrecentado un resquemor larvado. Con todo, no llega a la inquina que se siente en tantos y tantos hogares cada vez que se cruzan los caminos con el club blanco. ¿Acaso no han mamado los jugadores del Athletic, vecinos de escalera, de barrio o de municipio esa misma idea desde que viven el fútbol? Por supuesto que sí. Lo dicho, los tres puntos del domingo son de otro calibre.

Lo es también el juego de Iñaki Williams en la presente temporada. José Luis Artetxe, aquí a mi vera, lo analiza con precisión cirujana: es innegable que Williams no era el rayo que no cesa por la banda sino un vendaval en todo el frente de ataque, un delantero centro del nuevo estilo que ofrece algo de lo que se carece: velocidad. También él lo llevaba dentro.