HACIA el minuto 90 el guardameta del Huesca Werner salió despendolado a la carrera de Luis Suárez y le derribó dentro del área. Como en otras ocasiones, tal que un gesto mecánico, el delantero charrúa tomó el balón y se lo ofreció al maestro. Con la mirada perdida, Messi se lo devolvió con la mano y Suárez anotó su segundo tanto, el octavo que encajaba el bravo equipo aragonés, que se plantó en el Camp Nou sin complejos, como hizo en San Mamés, solo que enfrente estaba el Barça, implacable y sin consideración alguna con un debutante que además tuvo la osadía de adelantarse en el marcador.

En otro contexto, pongamos que en el Real Madrid sigue Cristiano Ronaldo, ¿Messi se habría comportando con semejante generosidad?

En la generosidad del genio argentino se intuye como un vacío interior. Quizá es la ausencia de su gran antagonista. Sin el vértigo del duelo personal más grande que ha ocurrido en la historia del fútbol, resulta que Messi sigue jugando como Dios, pero además reparte regalías entre sus fieles vasallos. Messi sabía que lanzando la pena máxima, con otro gol, superaba en la clasificación del Pichichi a Benzema, con quien está empatado a cuatro. ¿Benzema mi competidor?, no puede ser...

¿Y qué se sabe de su entrañable contrincante? Si a Messi le ha dado por abrazar la melancolía, Cristiano sufría un ataque de ira megalómano-compulsiva en cuanto supo que Luca Modric, y no él, fue considerado por reputados técnicos y conspicuos periodistas el mejor jugador de la pasada temporada.

Su desplante en la gala de la UEFA del pasado jueves podría contemplarse como un gesto de soberbia más del portugués si no fuera por el enorme egoísmo del gesto, un absoluto desprecio hacia el compañero.

Curiosamente, el desdén de Cristiano ha servido para atemperar la añoranza de muchos madridistas hacia este personaje tan peculiar, que puede caer bien, mal o fatal, pero resulta que anotó 451 goles en 438 encuentros con la camiseta blanca, y eso no se olvida en la vida.

Como saben, Florentino accedió a sus ruegos y Cristiano se marchó por la gatera, con aquel desaire a la afición tras ganar ante el Liverpool la Decimotercera, no sin antes dejar en caja 112 millones y largarse con viento fresco a la Juventus firmando un contrato fabuloso para un hombre camino de los 34 años: 30 millones netos por cada una de las cuatro temporadas. Sin embargo, después de tres encuentros sin oler un gol, sus compañeros ya comienzan susurrar que no era para tanto, con lo que cobra el tío, mientras la prensa lanza las primeras críticas abrasivas comparándole cono mucha coña con Cristiano Junior, su hijo mayor, que ayer anotaba cuatro goles con la Juventus benjamín.

En el Real Madrid Benzema rompe sus cadenas, Bale toma el testigo de crack absoluto, Sergio Ramos lanza los penaltis en ausencia de CR7 y pone la guinda al pastel afirmando que ahora se sienten como una verdadera familia. Y en este ambiente idílico, justo cuando Keylor Navas enseña orgulloso el trofeo al mejor portero que le había entregado la UEFA, va Julen Lopetegui y le relega a la suplencia. A eso se llama tener el don de la oportunidad y la sensibilidad en salva sea la parte.

¿Acaso es mejor Courtois que Keylor Navas? Y Unai Simón, ¿lo es con respecto a Álex Remiro?

La situación me empieza a recordar a la que vivió Fernando Llorente, defenestrado a instancias de la gerencia del club (y por el evidente pasotismo del interfecto) en cuanto quedó claro que no iba a renovar. Se sabe que Josu Urrutia, guardián de las esencias, es implacable con los desafectos a la causa, y todo parece indicar que el guardameta navarro va por ese camino. He de admitir, Iluso de mí, que por un momento contemplé la posibilidad de una vuelta de Llorente con el último estertor del mercado veraniego, más que nada porque en el Tottenham solo juega los minutos de la basura, el chico aún tiene un pase, aquí no se prodigan demasiado delanteros con gol y al cuerno con el pasado.

Cuando le preguntaron el otro día a Jokin Aperribay por Remiro el presidente de la Real esbozó una sonrisa cómplice, como quien ya paladea la dulce venganza con sutil socarronería, insinuando que se lo quitará al Athletic gratis total.