La herencia: una historia larga e inacabada
cuando hace más de 7.000 años los seres humanos empezaron a cultivar plantas y domesticar animales, fueron seleccionando gradualmente las variedades que mejores rendimientos ofrecían. Y conforme se extendieron esas prácticas desde sus puntos de origen a otros lugares, la selección fue modificándose de manera que en cada zona se cultivaban o criaban las variedades idóneas. Adquirieron así ciertas nociones sobre herencia biológica.
Hipócrates (460-370 a.e.c.) creía que el material hereditario consistía en finas partículas generadas en diferentes partes del organismo que se acumulaban en el fluido seminal del padre. La mezcla de esas partículas en el momento de la concepción era el mecanismo que, según él, permitía la transmisión de los caracteres. Aristóteles (384-322 a.e.c.) pensaba que algunos ingredientes del semen eran heredados de generaciones anteriores. Y propuso que el “semen masculino” se mezclaba con el “semen femenino” (fluido menstrual) en la fecundación, dando forma y potencia a la sustancia amorfa; comenzaba entonces la generación del nuevo individuo.
En 1677 Anton van Leeuwenhoek observó espermatozoides al microscopio por primera vez y creyó ver en cada uno de ellos un ser humano en miniatura. Pensó que una vez implantado en el vientre materno, se alimentaba y crecía. Sin embargo, esa idea acabaría decayendo al comprobarse que en las plantas, al cruzarse, tanto el polen (con sus células espermáticas) de una como el óvulo de la otra aportaban características propias a las descendientes.
En 1866 Gregor Mendel publicó los resultados de sus estudios con guisantes, considerados en la actualidad el pilar fundacional de la genética. Enunció las reglas básicas que rigen la transmisión hereditaria de los rasgos de los organismos parentales a su descendencia. Su publicación, no obstante, pasó desapercibida durante tres décadas. De hecho, Charles Darwin no llegó a conocer el trabajo de Mendel, por lo que careció de una explicación convincente para la transmisión hereditaria de los caracteres sobre los que actúa la selección natural.
En 1900 tres botánicos redescubrieron los hallazgos de Mendel y tuvieron conocimiento de su publicación original. En 1902 se propusieron los nombres “genética”, para la disciplina, “gen” para la unidad física y funcional de la herencia, y “alelo” para las variantes alternativas de un mismo gen. También se propuso que cada gen se encuentra en un lugar específico -llamado locus-I de un cromosoma. Y en 1918 Ronald Fisher, uno de los científicos más grandes del siglo XX, dio a conocer un modelo conceptual que mostraba que la variación continua de los caracteres fenotípicos (caracteres que se “ven”) podía ser el resultado de la herencia mendeliana. Fisher fue uno de los principales artífices de la denominada síntesis evolutiva moderna, que combinó los legados de Mendel, en el campo de la genética, y de Darwin, en el de la evolución. Theodosius Dobzhansky expresó en 1937 la esencia de dicha síntesis al definir la evolución en términos genéticos como “el cambio en la frecuencia de un alelo dentro de un conjunto de genes”.
En 1944 se demostró que el ADN -y no las proteínas- es la molécula que contiene el material hereditario. En 1951 Rosalind Franklin obtuvo las imágenes por difracción de rayos X que servirían para que dos años después James Watson y Francis Crick determinasen la estructura en doble hélice del ADN que encierra en sí misma el mecanismo de la replicación.
Hoy la técnica CRISP/Cas9, basada en el mecanismo de defensa de las bacterias frente a virus, va a permitir modificar a voluntad y con gran precisión el genoma de plantas y animales, incluidos seres humanos. Esta historia está aún lejos de haber llegado a su fin.