CON el asunto catalán encallado políticamente y socialmente encanallado Marc Márquez, natural de Cervera, un pequeño pueblo de Lleida con alcalde del PDeCAT, celebró su sexto título de campeón mundial de motociclismo enarbolando la Bandera del 93, aunque con el número 1, como refleja su condición. Con ese pendón Marc se quiso fundir con sus seguidores, los que se arremolinaron en el circuito de Cheste y los de su peña, con sede en el Museu Comarcal de Cervera. Allí se puede recorrer la ruta del genial piloto, desde sus primeros pasos moteros hasta la llegada de los grandes éxitos. Sin embargo, en el mismo espacio museístico resplandece desde hace unos días la urna que utilizaron el 1 de octubre sus vecinos para votar en el referéndum sobre la independencia de Catalunya.
A la hora de la carrera, sonó un grito desgarrador en el Museu Comarcal cuando Marc estuvo a punto de rodar por los suelos, y de infinito alivio con aquella maniobra malabar con la que amansó a su Honda y definitivamente la puso rumbo a su cuarto título de MotoGP, todo un prodigio de locura, técnica y eficacia a sus 24 años de edad. A través de las imágenes de televisión se pudo ver cómo los paisanos de Márquez agitaban con pasión las banderas del 93. Sin embargo no se observó ni una sola senyera en el Museu, y mucho menos alguna rojigualda. Es decir, ahí había un plan, como en el procés. Existía un pacto y mucha mercadotecnia. Será muy catalán Marc, pero también es español, según recalca, quizá porque está dispuesto a contentar a todos, o a ninguno, o simplemente porque lo siente así. Consciente de su rol estelar y de que el negocio es lo primero, su táctica parece elocuente: ¡que viva Márquez y la peña del 93!, afirmó el pasado jueves en respuesta estudiada a una pregunta predecible, y por eso le han dado palos por todos los costados.
Porque cuando Márquez ganó su primer título en MotoGP, en 2013, le entregaron una bandera de España y con ella paseó por este mismo circuito valenciano absorto, probablemente sin caer en la cuenta de la carga simbólica de esa bandera, de todas las banderas.
“Los deportistas de élite se van fuera para no pagar impuestos. ¡Quien no lo hace es burro!”, dijo hace no mucho Álex Crivillé, también catalán, y el primer piloto estatal que ganó un mundial, en 1999, con una moto de máxima cilindrada. Así que Márquez rebuzna, pues vive en Cervera y allí cotiza, y eso si que es un gesto de patriotismo.
Garbiñe Muguruza, que está de vacaciones en Andalucía, reapareció el pasado sábado en Málaga fotografiándose encantada de la vida con los jugadores de la selección de Julen Lopetegui, un gesto indudable de españolidad. Además, la agraciada tenista no rebuzna, consecuencia natural de tener la residencia fiscal en Suiza, con la fortuna a buen recaudo al amparo de aquellas imponentes montañas.
Jugó España contra Costa Rica y definitivamente la camiseta proyecta un morado-república clarísimo, provocando una trifulca tan divertida y absorbente que ha sido capaz de dejar en un segundo plano la proverbial inquina contra Piqué. Debutó Kepa Arrizabalaga y estuvo inédito hasta el último instante, cuando paró la única que le llegó de los inocentes ticos. Pero ha sido la indiscutible estrella de esta semana extraña por el repicar de campanas que le llevan al Real Madrid.
Sigo igual de escéptico. Jugador bueno que sale, jugador bueno que se va, ¿Y se puede evitar, Urrutia? La paradoja es tan aciaga que uno hasta casi se alegra de que Williams esté como en la inopia futbolística, como casi todos los demás, pues así parece menos interesante. Y en ese plan, a lo Santo Tomás, escucho a los chicos de Ziganda asegurando que todo esto es un mal pasajero. Prometiendo la briosa reacción.