EN un pequeño corro de amigos coincidentes en un encuentro empresarial, esta semana, departíamos de modo distendido sobre el momento que vivimos bajo un eje y diagnóstico compartido: el mundo parece estar “descacharrado”, a la vez que su complejidad lo hace interesante y apasionante. Si el Papa Francisco y, con él, otros muchos analistas advierten de que estamos instalados en una Tercera Guerra Mundial deslocalizada, por lo que parecería que no la percibimos y actuamos como si no fuera con nosotros salvo que padezcamos uno de los miles espacios de conflicto real existentes... Si algunos pretenden asociar sinónimos simplistas y falsos en torno a una supuesta asincronía de populistas o demócratas, entendiendo que eres demócrata si asumes la globalización de algunos, sin matices, o al contestarla y cuestionarla pasas a formar parte de los antisistema y xenófobos del populismo y que, al contrario, el apoyo al europeísmo francés de Macron otorga un voto en blanco a lo que decidan hacer unos pocos en Bruselas y su obligado cumplimiento a todo ciudadano de la UE o que al comprometerte con la revolución digital y el movimiento 4.0 atentas contra el empleo y al exigir disciplina, rigor, compromiso, responsabilidad, resultados, perteneces al colectivo retrógrado y conservador del pasado... Si cuando eres un joven emprendedor que promueve un proyecto individual subvencionado con capital de autoempleo más que de empresa eres alabado por la sociedad, jaleado por los medios de comunicación, pero si sacas el proyecto adelante, lo haces crecer y generas riqueza y beneficios y lo conviertes en una verdadera empresa, eres un “neoliberal” “explotador e insolidario”... Y así, sucesivamente.
Tras tan enriquecedor aperitivo, el encuentro giró en torno a la economía e industria digital. En palabras de la consejera de Desarrollo Económico e Infraestructuras del Gobierno vasco, Arantxa Tapia, “la revolución 4.0 no es una opción” con lo que animaba a redoblar esfuerzos en torno a una inevitable transformación. A escasos metros, en la mesa institucional que compartían, otras voces advertían de que “el empleo que podemos ofrecer no encuentra la formación adecuada en la población desempleada y se verá agravada en los próximos años debido al impacto tecnológico” y trasladaba el compromiso y rol formativo del trabajador del futuro a la empresa.
El cómo, la opción Expuestos así, estos diferentes puntos de vista están en el centro de un debate constante a lo largo del mundo, haciendo que, sin embargo, sí sea una opción la manera de afrontar dicha revolución digital, lo que lleva por ejemplo a algunos países y gobiernos a crear un impuesto al desempleo tecnológico a cargar a aquellas empresas que inviertan en tecnología (digitalización, automatización, robótica, inteligencia artificial?) sustitutiva de mano de obra, en contraste con la cada vez más extensa e imparable apuesta por nuevas políticas públicas de sensibilización, impulso, inversión y avance hacia el nuevo universo de la llamada Revolución 4.0. Todavía ayer, en Madrid, una asociación española de empresas multinacionales urgía al presidente del Gobierno español a abanderar un pacto por la innovación digital, a comprometer presupuestos permanentes en su financiación y a unificar fondos evitando despilfarro y duplicidades (se supone que cuando ellas se mueven en el mismo espacio que otras lo que hacen es competencia sana y nunca despilfarro, copia o seguimiento duplicado?) proclamando la importancia de la marca España tras sus proyectos innovadores.
Por el contrario, la opción vasca que explicara la consejera detallaba su reciente apuesta regionalizada en Alemania y sus alianzas con Baviera o la propia UE a través de su Comité de las Regiones. Efectivamente, la revolución digital no es una opción, pero el cómo abordarla y qué hacer con ella sí que lo es.
Un mundo por crear De una u otra forma, vivimos ya, una Cuarta Revolución Industrial en la que el factor capital y trabajo han dado paso al conocimiento y talento como referentes esenciales. La tecnología cobra fuerza como elemento facilitador y acelerador de un cambio, siendo su uso o aplicación perverso o beneficioso para la humanidad. De ahí la importancia de la opción. Por encima de todo, simplificando, podemos insistir en que la tecnología se compra en el supermercado, por lo que la verdadera ventaja diferencial pasa por poner el acento en el qué, cómo y cuándo hacer las cosas (personas, empresas, gobiernos, países...) más que en la tecnología en sí misma. ¿Qué modelos de negocio, de empresa, de país y qué políticas y estructuras de gobierno hemos de redefinir atendiendo al grado de uso de las nuevas tecnologías y oportunidades disponibles? Y, una vez más, hemos de volver a la complejidad integradora de todos los ámbitos de actuación en el diseño de una estrategia con un propósito determinado, evitando actuaciones aisladas.
Así, si destacamos la innovación como el gran motor-apuesta de país, el emprendimiento como la solución y panacea de generación de riqueza, crecimiento y empleo, la internacionalización como la fuente aceleradora (indispensable o inevitable) para sobrevivir en una economía mundializada; no podemos olvidar que todas (y alguna más) estas áreas de actuación son piezas integrables en una estrategia y propósito y que o son creativas o no serán capaces de promover el cambio necesario. Si confiamos en la creatividad, a cuyo servicio están las nuevas herramientas de la revolución del conocimiento en curso, podemos transitar hacia escenarios disruptivos y no a temerosas proyecciones del estatus quo. Es la propia innovación, el uso de la tecnología y la esencia de esta nueva revolución del conocimiento lo que nos debe animar hacia un optimismo activo con el que transitar los desafíos.
En esta línea, en la reconfortante lectura del último Informe de Index (Organización danesa sin ánimo de lucro con la misión de “inspirar, educar y comprometer en el diseño de soluciones sostenibles a los desafíos globales para mejorar la vida”) destaca el peso de la tecnología como uso de los factores relevantes en las potenciales soluciones propuestas, pero pone el acento en su uso facilitador de plataformas innovadoras que inciden en nuevos espacios como la realidad virtual, la inteligencia artificial, la innovación social y la gestión multivariable, al servicio de la salud, de la educación, del cuidado y bienestar de las personas, de la transformación de las ciudades, del ocio y el trabajo, y, en definitiva, del desarrollo humano, anticipando todo un “universo de nuevos empleos y fuente de riqueza y bienestar para las próximas generaciones”. Todo un mundo por crear. Un mundo aún inexistente y ausente de las estadísticas del paro registrado, tan fríamente distorsionado por los servicios públicos de empleo y, desgraciadamente, de gran parte de nuestro sistema educativo, empresarial y de gobierno.
Y en este mundo en transformación resulta interesante acercarnos a la información con ópticas diferentes. Es el caso, por ejemplo, de un trabajo de investigación de Bank of America-Merrill Lynch (New kids on the Block: Millennials and centennials) sobre personas y colectivos, innovación, gobernanza, mercados y el mundo “global y regional” en el marco de lo que concibe como el “atlas para cambiar el mundo”. El informe, focalizado en los millennials o Generación Y (población entre 19 y 35 años), relaciona a estos con la Generación Z o centennials (de 0 a 18 años), ya que suponen el 60% de la población mundial, sabiendo además que los segundos, 2,4 billones de personas, vivirán previsiblemente 100 años en determinadas regiones y economías. Y son precisamente estos colectivos quienes conviven de forma innata y normal con la diversidad, la sostenibilidad, la globalización, las tecnologías disruptivas, nuevos conceptos y modelos de empresa, de propiedad, de negocio, de empleo, de educación, de emprendimiento, de política y gobernanza. Es y será para ellos parte del paisaje cotidiano (antes de cumplir 10 años poseerán un smartphone de última generación que consultarán una media de cincuenta veces por día, usarán los mensajes instantáneos y los emoticonos en lugar de la escritura para comunicarse?) pero, a la vez, por primera vez en la historia, esas generaciones Y y Z, convivirán con otra (mayores de 65 años) que les superará (en 2020) en número. ¿Qué opciones tomaremos para estos colectivos con culturas, sueños, habilidades y demandas dispares? ¿Dejaremos que la nueva revolución sea de ellos en exclusiva o tomaremos opciones de cambio en nuestros modelos empresariales y de desarrollo económico, en vivienda, transporte, pensiones, educación, salud, ciudades, mercados laborales, finanzas, inversión y gobiernos?
Repensarlo todo Efectivamente, como bien decía la consejera, “no es una opción”. No es una opción para el colectivo empresarial al que se dirigía y a cuyo “acompañamiento e impulso” está enfocada la estrategia Industria 4.0 del gobierno. Pero tampoco debe ser una opción para el conjunto de las administraciones públicas que parecerían suficientemente confortables por el hecho de una natural oleada de sustitución, por edad y jubilación, de sus plantillas anunciando concursos-oposición masivos para cubrir y reponer las mismas plazas que han de quedar libres. ¿No merecería la pena optar por el complejo y arriesgado camino de repensar las administraciones del futuro, los nuevos roles que hubieran de corresponder, los perfiles de esa economía digital y del conocimiento natural-disruptivo bajo modelos de empleabilidad adecuados? ¿No es momento de repensar y redefinir las empresas, su propiedad, sus modelos de negocio? ¿No es momento de repensar nuestros sistemas educativos (por ejemplo, simplemente preguntándonos si el problema con los becarios no tiene mucho que ver con la propia reforma de los planes de estudio de Bolonia y la obligatoriedad de incluir meses de prácticas, ni retribuidas ni debidamente programadas o coordinadas con las empresas, ni tuteladas, ni monitorizadas desde las propias universidades que las incorporan, obligatoriamente, a su curriculum)?, ¿No es el momento de filtrar los proyectos de nuevos sistemas tributarios con estos nuevos requisitos de la nueva revolución e incorporar cargas y beneficios, estímulos, recaudación y direccionamiento del flujo de la actividad económica y generación y distribución de riqueza?
No es opción, la Revolución 4.0 está aquí. Si es una opción elegir la posición a tomar. Tenemos todo un desafío pero, sobre todo, un prometedor escenario optimista. Todo un mundo de oportunidades desde una enorme disponibilidad de herramientas y plataformas para hacer un buen uso de la tecnología, desde la innovación, la creatividad, el talento y la estrategia. Como siempre, depende de nosotros. Nunca como hoy (y mañana) tendremos a nuestro alcance tantas fuentes, conocimiento y medios para generar novedosos empleos de valor añadido al servicio de verdaderos (novedosos también) sistemas de bienestar. Generaciones X, Y y Z tenemos un papel que jugar y múltiples opciones para elegir.